En la muerte de la excelentísima señora marquesa de Mancera
De la beldad de Laura enamorados
los cielos, la robaron a su altura,
porque no era decente a su luz pura,
ilustrar estos valles desdichados;
o porque los mortales, engañados
de su cuerpo en la hermosa arquitectura,
admirados de ver tanta hermosura,
no se juzgasen bienaventurados.
Nació donde el oriente el rojo velo
corre, al nacer al astro rubicundo,
y murió donde, con ardiente anhelo,
da sepulcro a su luz el mar profundo;
que fue preciso a su divino vuelo,
que diese como sol la vuelta al mundo.
De la beldad de Laura enamorados
los cielos, la robaron a su altura,
porque no era decente a su luz pura,
ilustrar estos valles desdichados;
o porque los mortales, engañados
de su cuerpo en la hermosa arquitectura,
admirados de ver tanta hermosura,
no se juzgasen bienaventurados.
Nació donde el oriente el rojo velo
corre, al nacer al astro rubicundo,
y murió donde, con ardiente anhelo,
da sepulcro a su luz el mar profundo;
que fue preciso a su divino vuelo,
que diese como sol la vuelta al mundo.