Redondillas de Sor Juana inés de la Cruz

Favorecida y agasajada, teme su afecto de parecer gratitud y no fuerza


Señora, si la belleza
que en vos llego a contemplar,
es bastante a conquistar
la más inculta dureza,
¿por qué hacéis que el sacrificio
que debo a vuestra luz pura,
debiéndose a la hermosura,
se atribuya al beneficio?
Cuando es bien que glorias cante
de ser vos quien me ha rendido,
¿queréis que lo agradecido
se equivoque con lo amante?
Vuestro favor me condena
a otra especie de desdicha,
pues me quitáis con la dicha
el mérito de la pena;
si no es que dais a entender
que favor tan singular,
aunque se pueda lograr,
no se puede merecer.
Con razón, pues la hermosura,
aun llegada a poseerse,
si llegara a merecerse,
dejara de ser ventura;
que estar un digno cuidado
con razón correspondido,
es premio de lo servido
y no dicha de lo amado,
que dicha se ha de llamar
sola la que, a mi entender,
ni se puede merecer
ni se pretende alcanzar,
ya que este favor excede
tanto a todos, al lograrse,
que no sólo no pagarse,
mas ni agradecer se puede;
pues desde el dichoso día
que vuestra belleza vi,
tan del todo me rendí,
que no me quedó acción mía;
con lo cual, señora, muestro,
y a decir mi amor se atreve
que nadie pagaros debe
que vos honréis lo que es vuestro.
Bien sé que es atrevimiento,
pero el amor es testigo
que no sé lo que me digo
por saber lo que me siento.
Y en fin, perdonad por Dios,
señora, que os hable así,
que si yo estuviera en mí,
no estuvierais en mí vos.
Sólo quiero suplicaros
que de mí recibáis hoy,
no sólo al alma que os doy,
mas las que quisiera daros.
 

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