Romance de Sor Juana

Debió la austeridad de acusarla tal vez el metro; y satisface, con el poco tiempo que empleaba en escribir a la señora virreina, las Pascuas

Daros las Pascuas, señora,
es en mi gusto y es deuda:
el gusto, de parte mía;
y la deuda, de la vuestra.
Y así, pese a quien pesare
escribo, que es cosa recia,
no importando que haya a quien
le pese lo que no pesa.
Y bien mirado, señora,
decid, ¿no es impertinencia
querer pasar malos días
porque yo os dé noches buenas?
Si yo he de daros las Pascuas,
¿qué viene a importar que sea
en verso o en prosa, o con
estas palabras o aquéllas?
Y más cuando en esto corre
el discurso tan apriesa,
que no se tarda la pluma
más que pudiera la lengua.
Si es malo, yo no lo sé;
sé que nací tan poeta,
que azotada, como Ovidio,
suenan en metro mis quejas.
Pero dejemos aquesto,
que yo no sé cuál idea
me llevó, insensiblemente,
hacia donde non debiera.
Adorado dueño mío,
de mi amor divina esfera,
objeto de mis discursos,
suspensión de mis potencias;
excelsa, clara María,
cuya sin igual belleza
sólo deja competirse
de vuestro valor y prendas:
tengáis muy felices Pascuas,
que aunque es frase vulgar ésta,
¿quién quita que pueda haber
vulgaridades discretas?;
que yo para vos no estudio,
porque de amor la llaneza
siempre se explica mejor
con lo que menos se piensa.
Y dádselas de mi parte,
gran señora, a su excelencia,
que si no sus pies, humilde,
beso la que pisan tierra.
Y al bellísimo Josef,
con amor y reverencia
beso las dos, en que estriba,
inferiores azucenas.
Y a vos beso del zapato
la más inmediata suela,
que con este punto en boca
solo, callaré contenta.
 

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