Romance de Sor Juana Inés de la Cruz

Puro amor, que ausente y sin deseo de indecencias, puede sentir lo que el más profano


Lo atrevido de un pincel,
Filis, dio a mi pluma alientos,
que tan gloriosa desgracia,
más causa corrió que miedo.
Logros de errar por tu causa
fue de mi ambición el cebo;
donde es el riesgo apreciable,
¿qué tanto valdrá el acierto?
Permite, pues, a mi pluma
segundo arresgado vuelo,
pues no es el primer delito
que le disculpa el ejemplo.
Permite escale tu alcázar
mi gigante atrevimiento,
que a quien tanta esfera bruma
no extrañará el Lilibeo:
pues ya al pincel permitiste
querer trasladar tu cielo,
en el que siendo borrón
quiere pasar por bosquejo.
¡Oh temeridad humana!,
¿por qué los rayos de Febo,
que aun se niegan a la vista,
quieres trasladar al lienzo?
¿De qué le sirve al sol mismo
tanta prevención de fuego,
si a refrenar osadías
aun no bastan sus consejos?
¿De qué sirve que, a la vista
hermosamente severo,
ni aun con la costa del llanto,
deje gozar sus reflejos,
si locamente la mano,
si atrevido el pensamiento
copia la luciente forma,
cuenta los átomos bellos?
Pues, ¿qué diré, si el delito
pasa a ofender el respecto
de un sol (que llamarlo sol
es lisonja del sol mesmo)?
De ti, peregrina Filis,
cuyo divino sujeto
se dio por merced al mundo,
se dio por ventaja al cielo;
en cuyas devinas aras,
ni sudor arde sabeo,
ni sangre se efunde humana,
ni bruto se corta cuello,
pues del mismo corazón
los combatientes deseos
son holocausto poluto,
son materiales afectos,
y solamente del alma
en religiosos incendios,
arde sacrificio puro
de adoración y silencio.
Éste venera tu culto,
éste perfuma tu templo;
que la petición es culpa,
y temeridad el ruego.
Pues alentar esperanzas,
alegar merecimientos,
solicitar posesiones,
sentir sospechas y celos,
es de bellezas vulgares,
indigno, bajo trofeo,
que en pretender ser vencidas
quieren fundar vencimientos.
Mal se acreditan deidades
con la paga; pues es cierto
que a quien el servicio paga,
no se debió el rendimiento.
¡Qué distinta adoración
se te debe a ti, pues siendo
indignos aun del castigo,
mal aspirarán al premio!
Yo pues, mi adorada Filis,
que tu deidad reverencio,
que tu desdén idolatro
y que tu rigor venero:
bien así como la simple
amante que en tornos ciegos,
es despojo de la llama
por tocar el lucimiento;
como el niño que, inocente,
aplica incauto los dedos
a la cuchilla, engañado
del resplandor del acero,
y, herida la tierna mano,
aún sin conocer el yerro,
más que el dolor de la herida
siente apartarse del reo;
cual la enamorada Clicie
que al rubio amante siguiendo,
siendo padre de las luces,
quiere enseñarle ardimientos;
como a lo cóncavo el aire,
como a la materia el fuego,
como a su centro las peñas,
como a su fin los intentos;
bien como todas las cosas
naturales, que el deseo
de conservarse las une
amante en lazos estrechos...
Pero, ¿para qué es cansarse?
Como a ti, Filis, te quiero;
que en lo que mereces, éste
es solo encarecimiento.
Ser mujer, ni estar ausente,
no es de amarte impedimento,
pues sabes tú que las almas
distancia ignoran y sexo.
Demás, que al natural orden
sólo le guardan los fueros
las comunes hermosuras,
siguiendo el común gobierno,
no la tuya, que gozando
imperiales privilegios,
naciste prodigio hermoso,
con exenciones de regio;
cuya poderosa mano,
cuyo inevitable esfuerzo,
para dominar las almas
empuñó el hermoso cetro.
Recibe un alma rendida
cuyo estudioso desvelo
quisiera multiplicarla
por solo aumentar tu imperio;
que no es fineza, conozco,
darte, lo que es de derecho
tuyo, mas llámola mía
para dártela de nuevo,
que es industria de mi amor
negarte, tal vez, el feudo,
para que al cobrarlo dobles
los triunfos, si no los reinos.
¡Oh, quién pudiera rendirte,
no las riquezas de Creso,
que materiales tesoros
son indignos de tal dueño,
sino cuantas almas libres,
cuantos arrogantes pechos,
en fe de no conocerte
viven de tu yugo exentos!
Que quiso próvido Amor,
el daño evitar, discreto,
de que en cenizas tus ojos
resuelvan el universo.
Mas, ¡oh libres desdichados,
todos los que ignoran, necios,
de tus divinos hechizos
el saludable veneno!
Que han podido tus milagros,
el orden contravirtiendo,
hacer el dolor amable,
y hacer glorioso el tormento.
Y si un filósofo, sólo
por ver al señor de Delos,
del trabajo de la vida
se daba por satisfecho,
¿con cuánta más razón yo
pagara el ver tus portentos,
no sólo a afanes de vida,
pero de la muerte a precio?
Si crédito no me das,
dalo a tus merecimientos,
que es, si registras la causa,
preciso hallar el efecto.
¿Puedo yo dejar de amarte
si tan divina te advierto?
¿Hay causa sin producir?
¿Hay potencia sin objecto?
Pues siendo tú el más hermoso,
grande, soberano, excelso,
que ha visto en círculos tantos
el verde torno del tiempo,
¿para qué mi amor te vio?,
¿por qué mi fe te encarezco
cuando es cada prenda tuya
firma de mi captiverio?
Vuelve a ti misma los ojos,
y hallarás, en ti y en ellos,
no sólo el amor posible,
mas preciso el rendimiento,
entre tanto que el cuidado,
en contemplarte suspenso,
que vivo, asegura, sólo
en fe de que por ti muero.
 

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