Villancico V de Sor Juana Inés de la Cruz

Aquella zagala
del mirar sereno,
hechizo del soto
y envidia del cielo;
la que al mayoral
de la cumbre excelso
hirió con un ojo,
prendió en un cabello;
a quien su querido
le fue mirra un tiempo
dándole morada
sus cándidos pechos;
la que en rico adorno
tiene, por aseo,
cedrina la casa
y florido el lecho;
la que se alababa
que el color moreno
se lo iluminaron
los rayos febeos;
la por quien su esposo
con galán desvelo
pasaba los valles,
saltaba los cerros;
la del hablar dulce,
cuyos labios bellos
destilan panales,
leche y miel vertiendo;
la que preguntaba
con amante anhelo
dónde de su esposo
pacen los corderos;
a quien su querido,
liberal y tierno,
del Líbano llama
con dulces requiebros;
por gozar los brazos
de su amante dueño
trueca el valle humilde
por el monte excelso.
Los pastores sacros
del Olimpo eterno,
la gala le cantan
con dulces acentos;
pero los del valle,
su fuga siguiendo,
dicen presurosos
en confusos ecos:

Estribillo


¡Al monte, al monte, a la cumbre,
corred, volad, zagales,
que se nos va María por los aires!
¡Corred, corred, volad aprisa, aprisa,
que nos lleva robadas las almas y las vidas,
y llevando en sí misma nuestra riqueza,
nos deja sin tesoros el aldea!
¡Al monte, etc.!
 

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