Décimas de Sor Juana Inés de la Cruz

Defiende que amar por elección del arbitrio, es sólo digno de racional correspondencia


Al amor, cualquier curioso
hallará una distinción;
que uno nace de elección
y otro de influjo imperioso.
Éste es más afectüoso,
porque es el más natural,
y así es más sensible: al cual
llamaremos afectivo;
y al otro, que es electivo,
llamaremos racional.

Éste, a diversos respectos,
tiene otras mil divisiones
por las denominaciones
que toma de sus objetos.
Y así, aunque no mude efectos,
que muda nombres es llano:
al de objeto soberano
llaman amor racional;
y al de deudos, natural;
y si es amistad, urbano.

Mas dejo esta diferencia
sin apurar su rigor;
y pasando a cuál amor
merece correspondencia,
digo que es más noble esencia
la del de conocimiento;
que el otro es un rendimiento
de precisa obligación,
y sólo al que es elección
se debe agradecimiento.

Pruébolo. Si aquél que dice
que idolatra una beldad,
con su libre voluntad
a su pasión contradice,
y llamándose infelice
culpa su estrella de avara
sintiendo que le inclinara,
pues si en su mano estuviera,
no sólo no la quisiera,
mas, quizá, la despreciara.

Si pende su libertad
de un influjo superior,
diremos que tiene amor,
pero no que voluntad;
pues si ajena potestad
le constriñe a obedecer,
no se debe agradecer
aunque de su pena muera,
ni estimar el que la quiera
quien no la quiere querer.

El que a las prensas se inclina
sin influjo celestial,
es justo que donde el mal,
halle también medicina;
mas a aquél que le destina
influjo que le atropella,
y no la estima por bella
sino porque se inclinó,
si su estrella le empeñó,
vaya a cobrar de su estrella.

Son, en los dos, los intentos
tan varios, y las acciones,
que en uno hay veneraciones
y en otro hay atrevimientos:
tino aspira a sus contentos,
otro no espera el empleo;
pues si tal variedad veo,
¿quién tan bárbara será
que, ciega, no admitirá
más un culto que un deseo?

Quien ama de entendimiento,
no sólo en amar da gloria,
mas ofrece la victoria
también del merecimiento;
pues, ¿no será loco intento
presumir que a obligar viene
quien con su pasión se aviene
tan mal que, estándola amando,
indigna la está juzgando
del mismo amor que la tiene?

Un amor apreciativo
solo merece favor,
porque un amor, de otro amor
es el más fuerte atractivo;
mas en un ánimo altivo
querer que estime el cuidado
de un corazón violentado,
es solicitar con veras
que agradezcan las galeras
la asistencia del forzado.

A la hermosura no obliga
amor que forzado venga,
ni admite pasión que tenga
la razón por enemiga;
ni habrá quien le contradiga
el propósito e intento
de no admitir pensamiento
que, por mucho que la quiera,
no le dará el alma entera,
pues va sin entendimiento.

Redondillas de Sor Juana inés de la Cruz

Pinta la armonía simétrica que los ojos perciben en la hermosura, con otra música


Cantar, Feliciana, intento
tu belleza celebrada;
y pues ha de ser cantada,
tú serás el instrumento.
De tu cabeza adornada,
dice mi amor sin recelo
que los tiples de tu pelo
la tienen tan entonada,
pues con presunción no poca
publica con voz süave
que, como componer sabe,
él solamente te toca.
Las claves y puntos dejas
que amor apuntar intente,
del espacio de tu frente
a la regla de tus cejas.
Tus ojos, al facistol
que hace tu rostro capaz,
de tu nariz al compás
cantan el re mi fa sol.
El clavel bien concertado
en tu rostro no disuena,
porque junto a la azucena,
te hacen el color templado.
Tu discreción milagrosa
con tu hermosura concuerda,
mas la palabra más cuerda
si toca al labio, se roza.
Tu garganta es quien penetra
al canto las invenciones,
porque tiene deduciones
y porque es quien mete letra.
Conquistas los corazones
con imperio soberano,
porque tienes en tu mano
los signos e inclinaciones.
No tocaré la estrechura
de tu talle primoroso,
que es paso dificultoso
el quiebro de tu cintura.
Tiene en tu pie mi esperanza
todos sus deleites juntos,
que como no sube puntos
nunca puede hacer mudanza.
Y aunque a subir no se atreve
en canto llano, de punto,
en echando contrapunto
blasona de semibreve.
Tu cuerpo, a compás obrado
de proporción a porfía,
hace divina armonía
por lo bien organizado.
Callo, pues mal te descifra
mi amor en rudas canciones,
pues que de las perfecciones,
sola tú sabes la cifra.

Décimas de Sor Juana

Sosiega el susto de la fascinación, en una hermosura medrosa


Amarilis celestial,
no el aojo te amedrente,
que tus ojos solamente
tienen poder de hacer mal;
pues si es alguna señal
la con que dañan airados
y matan avenenados
cuando indignados están,
los tuyos solos serán,
que son los más señalados.
¿Creerás que me ha dado enojo
llegar con temor a verte?
¿Él había de ofenderte?
¡Cuatro higas para el ojo!
Ten aquesto por antojo
y por opinión errada
que ha dado por asentada
falto el vulgo de consejo;
porque si no es en tu espejo,
no puedes estar aojada.

Décimas de Sor Juana Inés de la Cruz

Alma que al fin se rinde al amor resistido: es alegoría de la ruina de Troya


Cogióme sin prevención
amor astuto y tirano,
con capa de cortesano
se me entró en el corazón.
Descuidada la razón
y sin armas los sentidos,
dieron puerta inadvertidos;
y él por lograr sus enojos,
mientras suspendió los ojos,
me salteó los oídos.
Disfrazado entró y mañoso;
mas ya que dentro se vio
del Paladïón, salió
de aquel disfraz engañoso
y, con ánimo furioso,
tomando las armas luego,
se descubrió astuto griego
que, iras brotando y furores,
matando los defensores,
puso a toda el alma fuego.
Y buscando sus violencias
en ella al Príamo fuerte,
dio al Entendimiento muerte,
que era rey de las potencias;
y sin hacer diferencias
de real o plebeya grey,
haciendo general ley,
murieron a sus puñales
los discursos racionales
porque eran hijos del rey.
A Casandra su fiereza
buscó, y con modos tiranos,
ató a la razón las manos,
que era del alma princesa.
En prisiones, su belleza,
de soldados atrevidos,
lamenta los no creídos
desastres que adivinó,
pues por más voces que dio,
no la oyeron los sentidos.
Todo el palacio abrasado
se ve, todo destrüido,
Deifobo allí mal herido,
aquí Paris maltratado.
Prende también su cuidado
la modestia en Polixena;
y en medio de tanta pena,
tanta muerte y confusión,
a la ilícita afición
sólo reserva en Elena.
Ya la ciudad que vecina
fue al cielo, con tanto arder
sólo guarda de su ser
vestigios en su rüina.
Todo el amor lo extermina
y, con ardiente furor,
sólo se oye entre el rumor
con que su crueldad apoya:
«Aquí yace un alma Troya;
¡victoria por el amor!»

Romance de Sor Juana

Con ocasión de celebrar el primer año que cumplió el hijo del señor virrey, le pide a su excelencia indulto para un reo


Gran marqués de la Laguna,
de Paredes conde excelso,
que en la cuna reducís
lo máximo a lo pequeño;
fondo diamante que arroja
tantos esplendores regios
que en poca cantidad cifra
el valor de muchos reinos:
Yo, señor, una crïada
que sabréis, andando el tiempo
y andando vos, desde ahora
para entonces os prevengo
que sepáis que os quise tanto
antes de ser, que primero
que de vuestra bella madre,
nacistes de mi concepto,
y que le hice a Dios por vos
tantas plegarias y ruegos,
que a cansarse el Cielo juzgo
que hubiera cansado al Cielo.
¡Cuánto deseé el que salierais
de ser mental compañero
de las criaturas posibles
que ni serán, son, ni fueron!
Ana por Samuel no hizo
más visajes en el templo,
dando qué pensar a Helí,
que los que por vos he hecho.
No dejé santo ni santa
de quien con piedad creemos
que de impetrar sucesiones
obtienen el privilegio,
que no hiciera intercesora,
que no hiciera medianero,
porque os sacase de idea
al ser, el Poder Supremo.
Salistes, en fin, a luz,
con aparato tan bello,
que en vuestra fábrica hermosa
se ostentó el saber inmenso.
Pasóse aquella agonía,
y sucedióle al deseo
(que era de teneros antes),
el cuidado de teneros.
Entró con la posesión
el gusto, y al mismo tiempo
el desvelo de guardaros
y el temor de no perderos.
¡Oh, cuántas veces, señor,
de experiencia conocemos
que es más dicha una carencia
que una posesión con riesgo!
Dígolo porque en los sustos
que me habéis dado y los miedos,
bien puedo decir que tanto
como me costáis, os quiero.
¿Cuántas veces ha pendido
de lo débil de un cabello
de vuestra vida, mi vida,
de vuestro aliento, mi aliento?
¿Qué achaque habéis padecido,
que no sonase, aun primero
que en vuestra salud el golpe,
en mi corazón el eco?
El dolor de vuestra madre,
de vuestro padre el desvelo,
el mal que pasabais vos
y el cariño que yo os tengo,
todo era un cúmulo en mí
de dolor, siendo mi pecho
de tan dolorosas líneas
el atormentado centro.
En fin, ya, gracias a Dios,
habemos llegado al puerto,
pasando vuestra edad todo
el océano del cielo.
Ya habéis visto doce signos,
y en todos, Alcides nuevo,
venciendo doce trabajos
de tantos temperamentos;
ya, hijo luciente del Sol,
llevando el carro de Febo,
sabéis a Flegón y Eonte
regir los fogosos frenos;
ya al León dejáis vencido,
ya al Toro dejáis sujeto,
ya al Cáncer sin la ponzoña
y al Escorpión sin veneno;
sin flechas al Sagitario,
hollando de Aries el cuello,
a Géminis envidioso,
y a Acuario dejáis sediento;
enamorada a la Virgen,
a los Peces dejáis presos,
al Capricornio rendido
y a Libra inclinado el peso.
Ya habéis experimentado
la variedad de los tiempos,
que divide en cuatro partes
la trepidación del cielo:
florida, a la primavera,
al estío, macilento,
con su razón, al otoño,
y con su escarcha, al ivierno.
Ya sabéis lo que es vivir;
pues, dado un círculo entero
a vuestra dichosa edad,
quien hace un año, hará ciento.
Ya, en fin, de nuestro natal,
¿natal dije? ¡Qué gran yerro!
¡Que este término me roce
las cuerdas del instrumento!
Pero habiendo de ser años,
¿qué término encontrar puedo
que no sea, años, edad,
natalicio o nacimiento?
Perdonad, señor, y al caso
un chiste contaros quiero,
que a bien que todas las coplas
son una cosa de cuento:
predicaba un cierto quídam
los sermones de san Pedro
muchos años, y así casi
siempre decía uno mesmo;
murmuróle el auditorio
lo rozado en los conceptos,
y avisóselo un amigo
con caritativo celo;
y él respondió: -«Yo mudar
discurso ni asunto puedo,
mientras nuestra madre Iglesia
no me mude el Evangelio.»
Este es el cuento, que puede
ser que gustéis de saberlo,
y si no os agrada, dadlo
por no dicho y por no hecho.
Lo que ahora nos importa
es, fresco pimpollo tierno,
que viváis largo y tendido,
y que crezcáis bien y recio.
Que les deis a vuestros padres
la felicidad de veros
hecho unión de sus dos almas,
visagra de sus dos pechos.
Que se goce vuestra madre
de ser, en vuestros progresos,
la Leda de tal Apolo,
de tal Cupido, la Venus.
Que den sucesión dichosa
a quien sirvan los imperios,
a quien busquen las coronas,
a quien aclamen los cetros.
Que mandéis en la Fortuna,
siendo en sus opuestos ceños,
el móvil de vuestro arbitrio,
el eje de su gobierno.
Creced Adonis y Marte,
siendo, en belleza y esfuerzo
de la corte y la campaña,
el escudo y el espejo.
Y pues es el fausto día
que se cumple el año vuestro,
de dar perdón al convicto
y dar libertad al preso:
dad la vida a Benavides,
que aunque sus delitos veo,
tiene parces vuestro día
para mayores excesos.
A no haber qué perdonar,
la piedad que ostenta el Cielo
ocioso atributo fuera,
o impracticable, a lo menos.
A Herodes en este día
pidió una mujer por premio,
que al sagrado precursor
cortase el divino cuello;
fue la petición del odio,
de la venganza el deseo,
y ejecutó la crueldad
de la malicia el precepto.
Vos sois príncipe cristiano,
y yo, por mi estado, debo
pediros lo más benigno,
y vos no usar lo sangriento.
Muerte puede dar cualquiera;
vida, sólo puede hacerlo
Dios; luego sólo con darla
podéis a Dios pareceros.
Que no es razón que en el día
genial de vuestros obsequios
queden manchadas las aras
ni quede violado el templo.
Y a Dios, que os guarde, señor,
que el decir que os guarde, creo,
que para con Dios y vos
es petición y es requiebro.

Romance de Sor Juana Inés de la Cruz

Aplaude, lo mismo que la Fama, en la sabiduría sin par de la señora doña María de Guadalupe Alencastre, la única maravilla de nuestros siglos


Grande duquesa de Aveyro,
cuyas soberanas partes
informa cavado el bronce,
publica esculpido el jaspe;
alto honor de Portugal,
pues le dan mayor realce
vuestras prendas generosas,
que no sus quinas reales;
vos, que esmaltáis de valor
el oro de vuestra sangre,
y siendo tan fino el oro
son mejores los esmaltes;
Venus del mar lusitano,
digna de ser bella madre
de amor, más que la que a Chipre
debió cuna de cristales;
gran Minerva de Lisboa,
mejor que la que triunfante
de Neptuno, impuso a Atenas
sus insignias literales;
digna sólo de obtener
el áureo pomo flamante
que dio a Venus tantas glorias,
como infortunios a Paris;
cifra de las nueve Musas
cuya pluma es admirable
arcaduz por quien respiran
sus nueve acentos süaves;
claro honor de las mujeres,
de los hombres docto ultraje,
que probáis que no es el sexo
de la inteligencia parte;
primogénita de Apolo,
que de sus rayos solares
gozando las plenitudes,
mostráis las actividades;
presidenta del Parnaso,
cuyos medidos compases
hacen señal a las Musas
a que entonen o que pausen;
clara Sibila española,
más docta y más elegante,
que las que en diversas tierras
veneraron las edades;
alto asunto de la Fama,
para quien hace que afanes
del martillo de Vulcano
nuevos clarines os labren:
oíd una musa que,
desde donde fulminante
a la tórrida da el sol
rayos perpendiculares,
al eco de vuestro nombre,
que llega a lo más distante,
medias sílabas responde
desde sus concavidades,
y al imán de vuestras prendas,
que lo más remoto atrae,
con amorosa violencia
obedece, acero fácil.
Desde la América enciendo
aromas a vuestra imagen,
y en este apartado polo
templo os erijo y altares.
Desinteresada os busco,
que el afecto que os aplaude,
es aplauso a lo entendido
y no lisonja a lo grande.
Porque, ¿para qué, señora,
en distancia tan notable,
habrán vuestras altiveces
menester mis humildades?
Yo no he menester de vos
que vuestro favor me alcance
favores en el Consejo
ni amparo en los Tribunales,
ni que acomodéis mis deudos,
ni que amparéis mi linaje,
ni que mi alimento sean
vuestras liberalidades,
que yo, señora, nací
en la América abundante,
compatrïota del oro,
paisana de los metales,
adonde el común sustento
se da casi tan de balde,
que en ninguna parte más
se ostenta la tierra, madre.
De la común maldición,
libres parece que nacen
sus hijos, según el pan
no cuesta al sudor afanes.
Europa mejor lo diga,
pues ha tanto que, insaciable,
de sus abundantes venas
desangra los minerales,
y cuantos el dulce Lotos
de sus riquezas les hace
olvidar los propios nidos,
despreciar los patrios lares,
pues entre cuantos la han visto,
se ve con claras señales,
voluntad en los que quedan
y violencia en los que parten.
Demás de que, en el estado
que Dios fue servido darme,
sus riquezas solamente
sirven para despreciarse,
que para volar segura
de la religión la nave,
ha de ser la carga poca
y muy crecido el velamen,
porque si algún contrapeso,
pide para asegurarse,
de humildad, no de riquezas,
ha menester hacer lastre.
Pues, ¿de qué cargar sirviera
de riquezas temporales,
si en llegando la tormenta
era preciso alijarse?
Con que por cualquiera de estas
razones, pues es bastante
cualquiera, estoy de pediros
inhibida por dos partes.
Pero, ¿a dónde de mi patria
la dulce afición me hace
remontarme del asunto
y del intento alejarme?
Vuelva otra vez, gran señora,
el discurso a recobrarse,
y del hilo del discurso
los dos rotos cabos ate.
Digo, pues, que no es mi intento,
señora, más que postrarme
a vuestras plantas que beso
a pesar de tantos mares.
La siempre divina Lisi,
aquélla en cuyo semblante
ríe el día, que obscurece
a los días naturales,
mi señora la condesa
de Paredes, aquí calle
mi voz, que dicho su nombre,
no hay alabanzas capaces;
ésta, pues, cuyos favores
grabados en el diamante
del alma, como su efigie,
vivirán en mí inmortales,
me dilató las noticias
ya antes dadas de los padres
misioneros, que pregonan
vuestras cristianas piedades,
publicando cómo sois
quien con celo infatigable
solicita que los triunfos
de nuestra fe se dilaten.
Ésta, pues, que sobre bella,
ya sabéis que en su lenguaje
vierte flores Amaltea
y destila amor panales,
me informó de vuestras prendas
como son y como sabe,
siendo sólo tanto Homero
a tanto Aquiles bastante.
Sólo en su boca el asunto
pudiera desempeñarse,
que de un ángel sólo puede
ser coronista otro ángel.
A la vuestra, su hermosura
alaba, porque envidiarse
se concede en las bellezas
y desdice en las deidades.
Yo, pues, con esto movida
de un impulso dominante,
de resistir imposible
y de ejecutar no fácil,
con pluma en tinta, no en cera,
en alas de papel frágil,
las ondas del mar no temo,
las pompas piso del aire,
y venciendo la distancia,
porque suele a lo más grave
la gloria de un pensamiento
dar dotes de agilidades,
a la dichosa región
llego, donde las señales
de vuestras plantas me avisan
que allí mis labios estampe.
Aquí estoy a vuestros pies,
por medio de estos cobardes
rasgos, que son podatarios
del afecto que en mí arde.
De nada puedo serviros,
señora, porque soy nadie,
mas quizá por aplaudiros,
podré aspirar a ser alguien.
Hacedme tan señalado
favor, que de aquí adelante
pueda de vuestros crïados
en el número contarme.

Qué es esto, Alcino de sor Juana Inés

Aunque en vano, quiere reducir a método racional el pesar de un celoso


¿Qué es esto, Alcino? ¿Cómo tu cordura
se deja así vencer de un mal celoso,
haciendo con extremos de furioso
demostraciones más que de locura?

¿En qué te ofendió Celia, si se apura?
¿O por qué al amor culpas de engañoso,
si no aseguró nunca poderoso
la eterna posesión de su hermosura?

La posesión de cosas temporales,
temporal es, Alcino, y es abuso
el querer conservarlas siempre iguales.

Con que tu error o tu ignorancia acuso,
pues Fortuna y Amor, de cosas tales
la propiedad no han dado, sino el uso.

Yo no dudo, Lisarda, que te quiero

Un celoso refiere el común pesar que todos padecen, y advierte a la causa, el fin que puede tener la lucha de afectos encontrados


Yo no dudo, Lisarda, que te quiero,
aunque sé que me tienes agraviado;
mas estoy tan amante y tan airado,
que afectos que distingo no prefiero.

De ver que odio y amor te tengo, infiero
que ninguno estar puede en sumo grado,
pues no le puede el odio haber ganado
sin haberle perdido amor primero.

Y si piensas que el alma que te quiso
ha de estar siempre a tu afición ligada,
de tu satisfación vana te aviso:

pues si el amor al odio ha dado entrada,
el que bajó de sumo a ser remiso,
de lo remiso pasará a ser nada.

De la beldad de Laura enamorados

En la muerte de la excelentísima señora marquesa de Mancera


De la beldad de Laura enamorados
los cielos, la robaron a su altura,
porque no era decente a su luz pura,
ilustrar estos valles desdichados;

o porque los mortales, engañados
de su cuerpo en la hermosa arquitectura,
admirados de ver tanta hermosura,
no se juzgasen bienaventurados.

Nació donde el oriente el rojo velo
corre, al nacer al astro rubicundo,
y murió donde, con ardiente anhelo,

da sepulcro a su luz el mar profundo;
que fue preciso a su divino vuelo,
que diese como sol la vuelta al mundo.

Bello compuesto en Laura dividido

A lo mismo


Bello compuesto en Laura dividido,
alma inmortal, espíritu glorioso,
¿por qué dejaste cuerpo tan hermoso
y para qué tal alma has despedido?

Pero ya ha penetrado mi sentido
que sufres el divorcio riguroso
porque el día final puedas, gozoso,
volver a ser eternamente unido.

Alcanza tú, alma dichosa, el presto vuelo,
y, de tu hermosa cárcel desatada,
dejando vuelto su arrebol en yelo,

sube a ser de luceros coronada:
que bien es necesario todo el cielo
para que no eches menos tu morada.

Si los riesgos del mar considerara

Encarece de animosidad la elección de estado durable hasta la muerte


Si los riesgos del mar considerara,
ninguno se embarcara, si antes viera
bien su peligro, nadie se atreviera,
ni al bravo toro osado provocara;

si del fogoso bruto ponderara
la furia desbocada en la carrera
el jinete prudente, nunca hubiera
quien con discreta mano le enfrenara.

Pero si hubiera alguno tan osado
que, no obstante el peligro, al mismo Apolo
quisiere gobernar con atrevida

mano el rápido carro en luz bañado,
todo lo hiciera; y no tomara sólo
estado que ha de ser toda la vida.

Probable opinión es que conservarse

Para explicar la causa a la rebeldía, ya sea firmeza de un cuidado, se vale de opinión que atribuye a la perfección de su forma lo incorruptible en la materia de los cielos; usa cuidadosamente términos de escuelas


Probable opinión es que conservarse
la forma celestial en su fijeza,
no es porque en la materia hay más nobleza
sino por la manera de informarse;

porque aquel apetito de mudarse,
lo sacia de la forma la nobleza,
con que cesando el apetito, cesa
la ocasión que tuvieran de apartarse.

Así tu amor, con vínculo terrible,
el alma que te adora, Celia, informa;
con que su corrupción es imposible

ni educir otra con quien no conforma,
no por ser la materia incorruptible,
mas por lo inamisible de la forma.

Aunque es clara del cielo la luz pura

Aplaude la ciencia astronómica del padre Eusebio Francisco Kino, de la Compañía de Jesús, que escribió del cometa que el año de ochenta apareció, absolviéndole de ominoso


Aunque es clara del cielo la luz pura,
clara la luna y claras las estrellas,
y claras las efímeras centellas
que el aire eleva y el incendio apura;

aunque es el rayo claro, cuya dura
producción cuesta al viento mil querellas,
y el relámpago que hizo de sus huellas
medrosa luz en la tiniebla obscura;

todo el conocimiento torpe humano
se estuvo obscuro sin que las mortales
plumas pudiesen ser, con vuelo ufano,

Ícaros de discursos racionales,
hasta que el tuyo, Eusebio soberano,
les dio luz a las luces celestiales.

Mueran contigo, Laura de Sor Juana

Lamenta con todos la muerte de la señora marquesa de Mancera


Mueran contigo, Laura, pues moriste,
los afectos que en vano te desean,
los ojos a quien privas de que vean
la hermosa luz que a un tiempo concediste.

Muera mi lira infausta en que inflüiste
ecos que lamentables te vocean,
y hasta estos rasgos mal formados sean
lágrimas negras de mi pluma triste.

Muévase a compasión la misma Muerte,
que, precisa, no pudo perdonarte;
y lamente el Amor su amarga suerte,

pues si antes, ambicioso de gozarte,
deseó tener ojos para verte,
ya le sirvieran sólo de llorarte.

Décimas de Sor Juana Inés de la Cruz

Presentando un reloj de muestra a persona de autoridad, y su estimación, le da los buenos días


ArribaAbajo Los buenos días me allano
a que os dé un reloj, señor,
porque fue lo que mi amor
acaso halló más a mano.
Corto es el don, mas ufano
de que sirve a tus auroras;
admítele, pues no ignoras
que mal las caricias mías
te pudieran dar los días,
sin dar primero las Horas.

Raro es del arte portento
en que su poder más luce,
que a breve espacio reduce
el celestial movimiento;
y, imitando al sol, atento
mide su veloz carrera,
con que, si se considera,
pudiera mi obligación
remitirte mayor don,
mas no de mejor esfera.

No tiene sonido en nada,
que fuera acción indecente
que tan pequeño presente
quisiera dar campanada;
sólo por señas le agrada
decir el intento suyo;
con que su hechura concluyo,
con decir de su primor,
que fue muestra de mi amor,
mas ya es de sol, siendo tuyo.

Y no pienses que me agrada
poner mensura a tu vida,
que no es quererla medida
pedírtela regulada;
y en aciertos dilatada
solicita mi cuidado,
para que el mundo, admirado,
pondere al ver tu cordura,
el vivir, muy sin mensura,
y el obrar, muy mensurado.
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