Endechas de Sor Juana Inés de la Cruz

Segunda norabuena de cumplir años el señor virrey, marqués de la Laguna

Llegóse aquel día,
gran señor, que el cielo
destinó dichoso
para natal vuestro.
Suma el sol la cuenta
que escribe en aquellos
de estrellas guarismos,
rasgos de luceros.
El dorado torno
que devana en bellos
hilos de sus rayos
claros crecimientos,
de los doce signos,
con huellas de fuego,
pisó ya otra vez
los varios aspectos.
Ya, otra vez, ha visto
los opuestos ceños
del alemán frío
y el adusto negro.
Ya ostentó otra vez,
con varios efectos,
primavera, estío,
otoño e invierno.
Ya ausente y ya cerca,
ha dado al noruego
ya perpetuas sombras,
y ya lucimientos.
Ya, otra vez, la rueda
voluble del tiempo
clausuló del giro
un círculo entero.
¿Quién que el tiempo duda,
quién duda que Febo
los repite ufano
por ser años vuestros?
Y yo más que todos,
gran Tomás excelso,
que más obligada
celebrarlos debo;
yo, que a vuestros pies
ponerme no puedo
porque la fortuna
se opone al deseo;
en prendas de fe,
en señal de feudo,
que mi corazón
debe a vuestro imperio,
estos os envío
mal formados versos,
en quien la verdad
es sólo lo bueno.
No os quiero decir
que pido a los cielos
ni que duréis siglos
ni que seáis eterno,
que estos cortesanos
modos lisonjeros
son de los palacios,
no de los conventos,
que ni aun de esa suerte
tengo por acierto,
el querer que el mundo
os logre perpetuo.
Gentil Alejandro
lo juzgó pequeño,
¿pues qué hará un tan grande
católico pecho?
Quien puede aspirar
a pisar luceros,
¿ha de contentarse
con caducos premios?
No, señor, que es ser
avaro el deseo
que, pudiendo más,
solicita menos.
Lo que yo con Dios
para vos pretendo
es, tras larga vida,
el descanso eterno,
gozando de Aquél,
cuyo nacimiento
en prendas de gloria
quiso unir al vuestro.
 

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