Décimas de Sor Juana Inés de la Cruz

Defiende que amar por elección del arbitrio, es sólo digno de racional correspondencia


Al amor, cualquier curioso
hallará una distinción;
que uno nace de elección
y otro de influjo imperioso.
Éste es más afectüoso,
porque es el más natural,
y así es más sensible: al cual
llamaremos afectivo;
y al otro, que es electivo,
llamaremos racional.

Éste, a diversos respectos,
tiene otras mil divisiones
por las denominaciones
que toma de sus objetos.
Y así, aunque no mude efectos,
que muda nombres es llano:
al de objeto soberano
llaman amor racional;
y al de deudos, natural;
y si es amistad, urbano.

Mas dejo esta diferencia
sin apurar su rigor;
y pasando a cuál amor
merece correspondencia,
digo que es más noble esencia
la del de conocimiento;
que el otro es un rendimiento
de precisa obligación,
y sólo al que es elección
se debe agradecimiento.

Pruébolo. Si aquél que dice
que idolatra una beldad,
con su libre voluntad
a su pasión contradice,
y llamándose infelice
culpa su estrella de avara
sintiendo que le inclinara,
pues si en su mano estuviera,
no sólo no la quisiera,
mas, quizá, la despreciara.

Si pende su libertad
de un influjo superior,
diremos que tiene amor,
pero no que voluntad;
pues si ajena potestad
le constriñe a obedecer,
no se debe agradecer
aunque de su pena muera,
ni estimar el que la quiera
quien no la quiere querer.

El que a las prensas se inclina
sin influjo celestial,
es justo que donde el mal,
halle también medicina;
mas a aquél que le destina
influjo que le atropella,
y no la estima por bella
sino porque se inclinó,
si su estrella le empeñó,
vaya a cobrar de su estrella.

Son, en los dos, los intentos
tan varios, y las acciones,
que en uno hay veneraciones
y en otro hay atrevimientos:
tino aspira a sus contentos,
otro no espera el empleo;
pues si tal variedad veo,
¿quién tan bárbara será
que, ciega, no admitirá
más un culto que un deseo?

Quien ama de entendimiento,
no sólo en amar da gloria,
mas ofrece la victoria
también del merecimiento;
pues, ¿no será loco intento
presumir que a obligar viene
quien con su pasión se aviene
tan mal que, estándola amando,
indigna la está juzgando
del mismo amor que la tiene?

Un amor apreciativo
solo merece favor,
porque un amor, de otro amor
es el más fuerte atractivo;
mas en un ánimo altivo
querer que estime el cuidado
de un corazón violentado,
es solicitar con veras
que agradezcan las galeras
la asistencia del forzado.

A la hermosura no obliga
amor que forzado venga,
ni admite pasión que tenga
la razón por enemiga;
ni habrá quien le contradiga
el propósito e intento
de no admitir pensamiento
que, por mucho que la quiera,
no le dará el alma entera,
pues va sin entendimiento.

Redondillas de Sor Juana inés de la Cruz

Pinta la armonía simétrica que los ojos perciben en la hermosura, con otra música


Cantar, Feliciana, intento
tu belleza celebrada;
y pues ha de ser cantada,
tú serás el instrumento.
De tu cabeza adornada,
dice mi amor sin recelo
que los tiples de tu pelo
la tienen tan entonada,
pues con presunción no poca
publica con voz süave
que, como componer sabe,
él solamente te toca.
Las claves y puntos dejas
que amor apuntar intente,
del espacio de tu frente
a la regla de tus cejas.
Tus ojos, al facistol
que hace tu rostro capaz,
de tu nariz al compás
cantan el re mi fa sol.
El clavel bien concertado
en tu rostro no disuena,
porque junto a la azucena,
te hacen el color templado.
Tu discreción milagrosa
con tu hermosura concuerda,
mas la palabra más cuerda
si toca al labio, se roza.
Tu garganta es quien penetra
al canto las invenciones,
porque tiene deduciones
y porque es quien mete letra.
Conquistas los corazones
con imperio soberano,
porque tienes en tu mano
los signos e inclinaciones.
No tocaré la estrechura
de tu talle primoroso,
que es paso dificultoso
el quiebro de tu cintura.
Tiene en tu pie mi esperanza
todos sus deleites juntos,
que como no sube puntos
nunca puede hacer mudanza.
Y aunque a subir no se atreve
en canto llano, de punto,
en echando contrapunto
blasona de semibreve.
Tu cuerpo, a compás obrado
de proporción a porfía,
hace divina armonía
por lo bien organizado.
Callo, pues mal te descifra
mi amor en rudas canciones,
pues que de las perfecciones,
sola tú sabes la cifra.

Décimas de Sor Juana

Sosiega el susto de la fascinación, en una hermosura medrosa


Amarilis celestial,
no el aojo te amedrente,
que tus ojos solamente
tienen poder de hacer mal;
pues si es alguna señal
la con que dañan airados
y matan avenenados
cuando indignados están,
los tuyos solos serán,
que son los más señalados.
¿Creerás que me ha dado enojo
llegar con temor a verte?
¿Él había de ofenderte?
¡Cuatro higas para el ojo!
Ten aquesto por antojo
y por opinión errada
que ha dado por asentada
falto el vulgo de consejo;
porque si no es en tu espejo,
no puedes estar aojada.

Décimas de Sor Juana Inés de la Cruz

Alma que al fin se rinde al amor resistido: es alegoría de la ruina de Troya


Cogióme sin prevención
amor astuto y tirano,
con capa de cortesano
se me entró en el corazón.
Descuidada la razón
y sin armas los sentidos,
dieron puerta inadvertidos;
y él por lograr sus enojos,
mientras suspendió los ojos,
me salteó los oídos.
Disfrazado entró y mañoso;
mas ya que dentro se vio
del Paladïón, salió
de aquel disfraz engañoso
y, con ánimo furioso,
tomando las armas luego,
se descubrió astuto griego
que, iras brotando y furores,
matando los defensores,
puso a toda el alma fuego.
Y buscando sus violencias
en ella al Príamo fuerte,
dio al Entendimiento muerte,
que era rey de las potencias;
y sin hacer diferencias
de real o plebeya grey,
haciendo general ley,
murieron a sus puñales
los discursos racionales
porque eran hijos del rey.
A Casandra su fiereza
buscó, y con modos tiranos,
ató a la razón las manos,
que era del alma princesa.
En prisiones, su belleza,
de soldados atrevidos,
lamenta los no creídos
desastres que adivinó,
pues por más voces que dio,
no la oyeron los sentidos.
Todo el palacio abrasado
se ve, todo destrüido,
Deifobo allí mal herido,
aquí Paris maltratado.
Prende también su cuidado
la modestia en Polixena;
y en medio de tanta pena,
tanta muerte y confusión,
a la ilícita afición
sólo reserva en Elena.
Ya la ciudad que vecina
fue al cielo, con tanto arder
sólo guarda de su ser
vestigios en su rüina.
Todo el amor lo extermina
y, con ardiente furor,
sólo se oye entre el rumor
con que su crueldad apoya:
«Aquí yace un alma Troya;
¡victoria por el amor!»
 

Most Reading

statcounter