Décimas de Sor Juana Inés de la Cruz

Alma que al fin se rinde al amor resistido: es alegoría de la ruina de Troya


Cogióme sin prevención
amor astuto y tirano,
con capa de cortesano
se me entró en el corazón.
Descuidada la razón
y sin armas los sentidos,
dieron puerta inadvertidos;
y él por lograr sus enojos,
mientras suspendió los ojos,
me salteó los oídos.
Disfrazado entró y mañoso;
mas ya que dentro se vio
del Paladïón, salió
de aquel disfraz engañoso
y, con ánimo furioso,
tomando las armas luego,
se descubrió astuto griego
que, iras brotando y furores,
matando los defensores,
puso a toda el alma fuego.
Y buscando sus violencias
en ella al Príamo fuerte,
dio al Entendimiento muerte,
que era rey de las potencias;
y sin hacer diferencias
de real o plebeya grey,
haciendo general ley,
murieron a sus puñales
los discursos racionales
porque eran hijos del rey.
A Casandra su fiereza
buscó, y con modos tiranos,
ató a la razón las manos,
que era del alma princesa.
En prisiones, su belleza,
de soldados atrevidos,
lamenta los no creídos
desastres que adivinó,
pues por más voces que dio,
no la oyeron los sentidos.
Todo el palacio abrasado
se ve, todo destrüido,
Deifobo allí mal herido,
aquí Paris maltratado.
Prende también su cuidado
la modestia en Polixena;
y en medio de tanta pena,
tanta muerte y confusión,
a la ilícita afición
sólo reserva en Elena.
Ya la ciudad que vecina
fue al cielo, con tanto arder
sólo guarda de su ser
vestigios en su rüina.
Todo el amor lo extermina
y, con ardiente furor,
sólo se oye entre el rumor
con que su crueldad apoya:
«Aquí yace un alma Troya;
¡victoria por el amor!»
 

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