Décima de Sor Juana Inés

En un anillo retrató a la señora condesa de Paredes: dice por qué


Este retrato que ha hecho
copiar mi cariño ufano,
es sobreescribir la mano,
lo que tiene dentro el pecho,
que, como éste viene estrecho
a tan alta perfección,
brota fuera la afición
y en el índice la emplea,
para que con verdad sea
índice del corazón.

Décima de Sor Juana

Al mismo intento


Éste, que a la luz más pura
quiso imitar la beldad,
representa su deidad,
mas no copia su hermosura.
En él, mi culto asegura
su veneración mayor;
mas no muestres el error
de pincel tan poco sabio,
que para Lisi es agravio,
el que para mí es favor.

Décimas de Sor Juana Inés de la Cruz

Esmera su respectoso amor; habla con el retrato, y no calla con él, dos veces dueño


Copia divina en quien veo
desvanecido al pincel,
de ver que ha llegado él
donde no pudo el deseo;
alto, soberano empleo
de más que humano talento,
exenta de atrevimiento,
pues tu beldad increíble,
como excede a lo posible,
no la alcanza el pensamiento.

¿Qué pincel tan soberano
fue a copiarte suficiente?
¿Qué numen movió la mente?
¿Qué virtud rigió la mano?
No se alabe el arte vano
que te formó peregrino;
pues en tu beldad convino
para formar un portento,
fuese humano el instrumento,
pero el impulso, divino.

Tan espíritu te admiro,
que cuando deidad te creo,
hallo el alma que no veo,
y dudo el cuerpo que miro;
todo el discurso retiro,
admirada en tu beldad
que muestra con realidad,
dejando el sentido en calma,
que puede copiarse el alma,
que es visible la deidad.

Mirando perfección tal
cual la que en ti llego a ver,
apenas puedo creer
que puedes tener igual;
y a no haber original
de cuya perfección rara
la que hay en ti se copiara,
perdida por tu afición,
segundo Pigmaleón,
la animación te impetrara.

Toco, por ver si escondido
lo viviente en ti parece;
¿posible es que de él carece
quien roba todo el sentido?
¿Posible es que no ha sentido
esta mano que le toca
y a que atiendas te provoca
a mis rendidos despojos?,
¿que no hay luz en esos ojos?,
¿que no hay voz en esa boca?

Bien puedo formar querella
cuando me dejas en calma,
de que me robas el alma
y no te animas con ella;
y cuando altivo atropella
tu rigor, mi rendimiento,
apurando el sufrimiento,
tanto tu piedad se aleja,
que se me pierde la queja
y se me logra el tormento.

Tal vez pienso que, piadoso,
respondes a mi afición;
y otras teme el corazón
que te esquivas, desdeñoso.
Ya alienta el pecho, dichoso,
ya infeliz al rigor, muere,
pero, como quiera, adquiere
la dicha de poseer,
porque a fin en mi poder
serás lo que yo quisiere.

Y aunque ostentes el rigor
de tu original fïel,
a mí me ha dado el pincel,
lo que no puede el amor.
Dichosa vivo al favor
que me ofrece un bronce frío,
pues aunque muestres desvío,
podrás, cuando más terrible,
decir que eres imposible,
pero no que no eres mío.

Décimas de Sor Juana Inés

Memorial a un juez, pidiéndole por una viuda que la litigaban la vivienda


Juzgo, aunque os canse mi trato,
que no os ofendo, en rigor,
pues en cansaros, señor,
cumplo con vuestro mandato;
y pues éste fue el contrato,
sufrid mis necias porfías
de escuchar todos los días
tan continuas peticiones,
que aquestas mis rogaciones
se han vuelto ya letanías.

Una viuda desdichada
por una casa pleitea;
y basta que viuda sea,
sin que sea descasada.
De vos espera, amparada,
hallar la razón propicia
para vencer la malicia
de la contraria eficacia,
esperando en vuestra gracia
que le habéis de hacer justicia.

Décimas de Sor Juana

Rehúsa para sí, pidiéndola para un inglés, la libertad, a la señora virreina


Hoy que a vuestras plantas llego,
con el debido decoro,
como a deidad os adoro
y como a deidad os ruego.
No diréis que el culto os niego
pretendiendo el beneficio
de vuestro amparo propicio,
pues a la deidad mayor,
le es invocar su favor,
el más grato sacrificio.

Samuel a vuestra piedad
recurre por varios modos,
pues donde la pierden todos,
quiere hallar la libertad.
Su esclavitud rescatad,
señora, que los motivos
son justos y compasivos
de tan adversa fortuna,
y haced libres vez alguna
de cuantas hacéis cautivos.

Dos cosas pretende aquí,
contraria mi voluntad:
para el inglés, libertad,
y esclavitud para mí,
pues, aunque indigna nací
de que este nombre me deis,
en vano resistiréis
de mi esclavitud la muestra,
pues yo tengo de ser vuestra
aunque vos no me aceptéis.

Contraria es la petición
de uno y otro, si se apura,
que él la libertad procura
y yo busco la prisión;
pero vuestra discreción
a quien nunca duda impide,
podrá, si los fines mide,
hacernos dichosos hoy
con admitir lo que os doy
y conceder lo que él pide.

Décimas de Sor Juana Inés de la Cruz

Reconociendo el cabildo de Méjico el singular acierto que tuvo en la idea de un arco triunfal a la entrada del virrey, señor conde de Paredes, marqués de la Laguna, que encargó a soror Juana Inés, estudio de tan grande humanista y que ha de coronar este libro, la presentó el regalo que dice y agradece


Esta grandeza que usa
conmigo vuestra grandeza,
le está bien a mi pobreza
pero muy mal a mi musa.
Perdonadme si, confusa
o sospechosa, me inquieta
el juzgar que ha sido treta
la que vuestro juicio trata,
pues quien me da tanta plata,
no me quiere ver poeta.

No ha sido arco, en realidad,
quien mi pobreza socorre,
sino arcaduz por quien corre
vuestra liberalidad.
De una llave la lealtad
a ser custodia se aplica
del caudal, que multiplica
quien oro me da por cobre,
pues por un arco tan pobre,
me dais una arca tan rica.

Aun viendo el efecto, dudo
que pudiese el tiro errado
de un arco mal disparado
atravesar tanto escudo;
mas a mi silencio mudo
sólo obedecer le toca,
pues, por si replico loca
con palabras desiguales,
con tantos sellos reales
me habéis tapado la boca.

Con afecto agradecido
a tantos favores, hoy
gracias, señores, os doy,
y los perdones os pido
que con pecho agradecido
de vuestra grandeza espero,
y aun a estas décimas quiero
dar, de estar flojas, excusa;
que estar tan tibia la musa
es efecto del dinero.

Redondillas de Sor Juana inés de la Cruz

Favorecida y agasajada, teme su afecto de parecer gratitud y no fuerza


Señora, si la belleza
que en vos llego a contemplar,
es bastante a conquistar
la más inculta dureza,
¿por qué hacéis que el sacrificio
que debo a vuestra luz pura,
debiéndose a la hermosura,
se atribuya al beneficio?
Cuando es bien que glorias cante
de ser vos quien me ha rendido,
¿queréis que lo agradecido
se equivoque con lo amante?
Vuestro favor me condena
a otra especie de desdicha,
pues me quitáis con la dicha
el mérito de la pena;
si no es que dais a entender
que favor tan singular,
aunque se pueda lograr,
no se puede merecer.
Con razón, pues la hermosura,
aun llegada a poseerse,
si llegara a merecerse,
dejara de ser ventura;
que estar un digno cuidado
con razón correspondido,
es premio de lo servido
y no dicha de lo amado,
que dicha se ha de llamar
sola la que, a mi entender,
ni se puede merecer
ni se pretende alcanzar,
ya que este favor excede
tanto a todos, al lograrse,
que no sólo no pagarse,
mas ni agradecer se puede;
pues desde el dichoso día
que vuestra belleza vi,
tan del todo me rendí,
que no me quedó acción mía;
con lo cual, señora, muestro,
y a decir mi amor se atreve
que nadie pagaros debe
que vos honréis lo que es vuestro.
Bien sé que es atrevimiento,
pero el amor es testigo
que no sé lo que me digo
por saber lo que me siento.
Y en fin, perdonad por Dios,
señora, que os hable así,
que si yo estuviera en mí,
no estuvierais en mí vos.
Sólo quiero suplicaros
que de mí recibáis hoy,
no sólo al alma que os doy,
mas las que quisiera daros.

Endechas de Sor Juana Inés de la Cruz

Segunda norabuena de cumplir años el señor virrey, marqués de la Laguna

Llegóse aquel día,
gran señor, que el cielo
destinó dichoso
para natal vuestro.
Suma el sol la cuenta
que escribe en aquellos
de estrellas guarismos,
rasgos de luceros.
El dorado torno
que devana en bellos
hilos de sus rayos
claros crecimientos,
de los doce signos,
con huellas de fuego,
pisó ya otra vez
los varios aspectos.
Ya, otra vez, ha visto
los opuestos ceños
del alemán frío
y el adusto negro.
Ya ostentó otra vez,
con varios efectos,
primavera, estío,
otoño e invierno.
Ya ausente y ya cerca,
ha dado al noruego
ya perpetuas sombras,
y ya lucimientos.
Ya, otra vez, la rueda
voluble del tiempo
clausuló del giro
un círculo entero.
¿Quién que el tiempo duda,
quién duda que Febo
los repite ufano
por ser años vuestros?
Y yo más que todos,
gran Tomás excelso,
que más obligada
celebrarlos debo;
yo, que a vuestros pies
ponerme no puedo
porque la fortuna
se opone al deseo;
en prendas de fe,
en señal de feudo,
que mi corazón
debe a vuestro imperio,
estos os envío
mal formados versos,
en quien la verdad
es sólo lo bueno.
No os quiero decir
que pido a los cielos
ni que duréis siglos
ni que seáis eterno,
que estos cortesanos
modos lisonjeros
son de los palacios,
no de los conventos,
que ni aun de esa suerte
tengo por acierto,
el querer que el mundo
os logre perpetuo.
Gentil Alejandro
lo juzgó pequeño,
¿pues qué hará un tan grande
católico pecho?
Quien puede aspirar
a pisar luceros,
¿ha de contentarse
con caducos premios?
No, señor, que es ser
avaro el deseo
que, pudiendo más,
solicita menos.
Lo que yo con Dios
para vos pretendo
es, tras larga vida,
el descanso eterno,
gozando de Aquél,
cuyo nacimiento
en prendas de gloria
quiso unir al vuestro.

Vuestra edad, gran señor de Sor Juana

Al mismo asunto


Vuestra edad, gran señor, en tanto exceda
a la capacidad que abraza el cero,
que la combinatoria de Kirkero
multiplicar su cuantidad no pueda.

Del giro hermoso la luciente rueda
que el uno trastornó y otro lucero,
y el que fin fue del círculo primero,
principio dé feliz al que suceda.

Vivid, porque entre propios y entre extraños
de mi plectro las claras armonías
celebren vuestros hechos sin engaños;

y uniendo duraciones a alegrías,
a las glorias compitan vuestros años
y las glorias excedan a los días.

Romance de Sor Juana Inés de la Cruz

Coplas para música, en festín de cumplimiento de años de su majestad


Enhorabuena el gran Carlos
sus felices años cumpla:
dichosos, porque los vive;
grandes, porque los ocupa.
Enhorabuena, en obsequio
de su majestad augusta,
de su resplandor, ministros,
todos los astros concurran.
Enhorabuena, en su rostro
que los dos mundos ilustra,
brillen encendidas flores,
florecientes rayos luzgan.
Enhorabuena su mano
gloriosamente introduzga
en los dos mundos su yugo,
a los dos mares coyunda.
De América, enhorabuena,
huelle la cerviz robusta,
que adora, en el pie que besa,
la mano que la sojuzga.
Su vida, en buen hora, sea
de muchas vidas la suma,
porque como muchas dure
la que vale más que muchas.

Romance de Sor Juana

Debió la austeridad de acusarla tal vez el metro; y satisface, con el poco tiempo que empleaba en escribir a la señora virreina, las Pascuas

Daros las Pascuas, señora,
es en mi gusto y es deuda:
el gusto, de parte mía;
y la deuda, de la vuestra.
Y así, pese a quien pesare
escribo, que es cosa recia,
no importando que haya a quien
le pese lo que no pesa.
Y bien mirado, señora,
decid, ¿no es impertinencia
querer pasar malos días
porque yo os dé noches buenas?
Si yo he de daros las Pascuas,
¿qué viene a importar que sea
en verso o en prosa, o con
estas palabras o aquéllas?
Y más cuando en esto corre
el discurso tan apriesa,
que no se tarda la pluma
más que pudiera la lengua.
Si es malo, yo no lo sé;
sé que nací tan poeta,
que azotada, como Ovidio,
suenan en metro mis quejas.
Pero dejemos aquesto,
que yo no sé cuál idea
me llevó, insensiblemente,
hacia donde non debiera.
Adorado dueño mío,
de mi amor divina esfera,
objeto de mis discursos,
suspensión de mis potencias;
excelsa, clara María,
cuya sin igual belleza
sólo deja competirse
de vuestro valor y prendas:
tengáis muy felices Pascuas,
que aunque es frase vulgar ésta,
¿quién quita que pueda haber
vulgaridades discretas?;
que yo para vos no estudio,
porque de amor la llaneza
siempre se explica mejor
con lo que menos se piensa.
Y dádselas de mi parte,
gran señora, a su excelencia,
que si no sus pies, humilde,
beso la que pisan tierra.
Y al bellísimo Josef,
con amor y reverencia
beso las dos, en que estriba,
inferiores azucenas.
Y a vos beso del zapato
la más inmediata suela,
que con este punto en boca
solo, callaré contenta.

Romance de Sor Juana Inés de la Cruz

Puro amor, que ausente y sin deseo de indecencias, puede sentir lo que el más profano


Lo atrevido de un pincel,
Filis, dio a mi pluma alientos,
que tan gloriosa desgracia,
más causa corrió que miedo.
Logros de errar por tu causa
fue de mi ambición el cebo;
donde es el riesgo apreciable,
¿qué tanto valdrá el acierto?
Permite, pues, a mi pluma
segundo arresgado vuelo,
pues no es el primer delito
que le disculpa el ejemplo.
Permite escale tu alcázar
mi gigante atrevimiento,
que a quien tanta esfera bruma
no extrañará el Lilibeo:
pues ya al pincel permitiste
querer trasladar tu cielo,
en el que siendo borrón
quiere pasar por bosquejo.
¡Oh temeridad humana!,
¿por qué los rayos de Febo,
que aun se niegan a la vista,
quieres trasladar al lienzo?
¿De qué le sirve al sol mismo
tanta prevención de fuego,
si a refrenar osadías
aun no bastan sus consejos?
¿De qué sirve que, a la vista
hermosamente severo,
ni aun con la costa del llanto,
deje gozar sus reflejos,
si locamente la mano,
si atrevido el pensamiento
copia la luciente forma,
cuenta los átomos bellos?
Pues, ¿qué diré, si el delito
pasa a ofender el respecto
de un sol (que llamarlo sol
es lisonja del sol mesmo)?
De ti, peregrina Filis,
cuyo divino sujeto
se dio por merced al mundo,
se dio por ventaja al cielo;
en cuyas devinas aras,
ni sudor arde sabeo,
ni sangre se efunde humana,
ni bruto se corta cuello,
pues del mismo corazón
los combatientes deseos
son holocausto poluto,
son materiales afectos,
y solamente del alma
en religiosos incendios,
arde sacrificio puro
de adoración y silencio.
Éste venera tu culto,
éste perfuma tu templo;
que la petición es culpa,
y temeridad el ruego.
Pues alentar esperanzas,
alegar merecimientos,
solicitar posesiones,
sentir sospechas y celos,
es de bellezas vulgares,
indigno, bajo trofeo,
que en pretender ser vencidas
quieren fundar vencimientos.
Mal se acreditan deidades
con la paga; pues es cierto
que a quien el servicio paga,
no se debió el rendimiento.
¡Qué distinta adoración
se te debe a ti, pues siendo
indignos aun del castigo,
mal aspirarán al premio!
Yo pues, mi adorada Filis,
que tu deidad reverencio,
que tu desdén idolatro
y que tu rigor venero:
bien así como la simple
amante que en tornos ciegos,
es despojo de la llama
por tocar el lucimiento;
como el niño que, inocente,
aplica incauto los dedos
a la cuchilla, engañado
del resplandor del acero,
y, herida la tierna mano,
aún sin conocer el yerro,
más que el dolor de la herida
siente apartarse del reo;
cual la enamorada Clicie
que al rubio amante siguiendo,
siendo padre de las luces,
quiere enseñarle ardimientos;
como a lo cóncavo el aire,
como a la materia el fuego,
como a su centro las peñas,
como a su fin los intentos;
bien como todas las cosas
naturales, que el deseo
de conservarse las une
amante en lazos estrechos...
Pero, ¿para qué es cansarse?
Como a ti, Filis, te quiero;
que en lo que mereces, éste
es solo encarecimiento.
Ser mujer, ni estar ausente,
no es de amarte impedimento,
pues sabes tú que las almas
distancia ignoran y sexo.
Demás, que al natural orden
sólo le guardan los fueros
las comunes hermosuras,
siguiendo el común gobierno,
no la tuya, que gozando
imperiales privilegios,
naciste prodigio hermoso,
con exenciones de regio;
cuya poderosa mano,
cuyo inevitable esfuerzo,
para dominar las almas
empuñó el hermoso cetro.
Recibe un alma rendida
cuyo estudioso desvelo
quisiera multiplicarla
por solo aumentar tu imperio;
que no es fineza, conozco,
darte, lo que es de derecho
tuyo, mas llámola mía
para dártela de nuevo,
que es industria de mi amor
negarte, tal vez, el feudo,
para que al cobrarlo dobles
los triunfos, si no los reinos.
¡Oh, quién pudiera rendirte,
no las riquezas de Creso,
que materiales tesoros
son indignos de tal dueño,
sino cuantas almas libres,
cuantos arrogantes pechos,
en fe de no conocerte
viven de tu yugo exentos!
Que quiso próvido Amor,
el daño evitar, discreto,
de que en cenizas tus ojos
resuelvan el universo.
Mas, ¡oh libres desdichados,
todos los que ignoran, necios,
de tus divinos hechizos
el saludable veneno!
Que han podido tus milagros,
el orden contravirtiendo,
hacer el dolor amable,
y hacer glorioso el tormento.
Y si un filósofo, sólo
por ver al señor de Delos,
del trabajo de la vida
se daba por satisfecho,
¿con cuánta más razón yo
pagara el ver tus portentos,
no sólo a afanes de vida,
pero de la muerte a precio?
Si crédito no me das,
dalo a tus merecimientos,
que es, si registras la causa,
preciso hallar el efecto.
¿Puedo yo dejar de amarte
si tan divina te advierto?
¿Hay causa sin producir?
¿Hay potencia sin objecto?
Pues siendo tú el más hermoso,
grande, soberano, excelso,
que ha visto en círculos tantos
el verde torno del tiempo,
¿para qué mi amor te vio?,
¿por qué mi fe te encarezco
cuando es cada prenda tuya
firma de mi captiverio?
Vuelve a ti misma los ojos,
y hallarás, en ti y en ellos,
no sólo el amor posible,
mas preciso el rendimiento,
entre tanto que el cuidado,
en contemplarte suspenso,
que vivo, asegura, sólo
en fe de que por ti muero.

Endecasílabo de Sor Juana Inés de la Cruz

Satisface, con agradecimiento, a una queja que su excelencia tuvo de no haberla esperado a ver

¡Qué bien, divina Lisi,
tu sacra deidad sabe
para humillar mis dichas,
mezclarme en los favores los pesares!
No esperar fue el delito
que quieres castigarme;
¿quién creerá que fue culpa
no esperar lo que no puede esperarse?
Casualidad fue sola
quien pudo ocasionarme,
que nunca a un infelice
faltan para su mal casualidades.
En leyes de palacio,
el delito más grave
es esperar; y en mí
fue el delito mayor el no esperarte.
Acusas mi cariño,
como si fuera fácil
pensar yo que tú piensas
que dejar de adorarte puede nadie.
Desconfiar de aquello
que es preciso ignorarse,
es gala de lo cuerdo
y fuera imperfección en las deidades.
Más tú, divino dueño,
¿cómo puedes negarme
que sabes que te adoro,
porque quien eres, de por fuerza, sabes?
Baste ya de rigores,
hermoso dueño, baste,
que tan indigno blanco
a tus sagrados tiros es desaire.

Romance de Sor Juana Inés de la Cruz

Mezcla con el gracejo la erudición, y da los años que cumple la excelentísima señora condesa de Paredes, no por muchos, sino por augmento

Excusado el daros años,
señora, me ha parecido,
pues quitarlos a las damas
fuera mayor beneficio;
y por esto no os los diera,
pero después he advertido
que no impera en las deidades
el estrago de los siglos.
Y así más años viváis
que aquel pájaro fenicio
ha vivido, no en Arabia,
sino en símiles prolijos
(por erudición primera
esa avecilla os remito,
que al festín de vuestros años
puede servir de principio);
más que dolores ardientes
sintió en el leño encendido,
de Egea el amante tierno,
por la venganza del tío;
más que el cuello de Medusa
vertió venenosos hilos
que, cayendo en rojas gotas,
levantaron basiliscos;
más que el Cíclope celoso
dio al infeliz mozo gritos,
que aun después de transformado
se le escapó fugitivo;
más que el doloroso acento
del dulce de Tracia hijo,
suspendió en canciones, furias,
desató en dulzuras, grillos;
más que al que al sol se atrevió
a hurtar el rayo lucido,
y en el Cáucaso atormenta
diuturno fiero ministro;
más que al infeliz Faetón
el fraternal llanto pío
lloró, bálsamo oloroso,
si empezó humor cristalino;
más que las cuarenta y nueve
pagan en duros castigos,
la obediencia al fiero padre
contra los incautos primos;
más que en estragos Medea,
de sus músicos hechizos,
probó los males que causa
el celoso precipicio;
más que le costaron daños
por el juvenil delirio,
un hermoso robo a Troya
y a España un honor perdido.
Mas, ya que estaréis cansada
de estos mases, imagino,
que suele moler un más
más que un mazo y un martillo.
Y así en cifra os lo diré
por no dejar de decirlos:
sed más que todos los mases
de los modernos y antiguos.
Y en fin, en lo que viváis,
con vuestro consorte digno,
vuestra fama sola pueda
igualaros el guarismo.
Llevad la inmortalidad
a medias, como los hijos
de Leda hermosa, llevando
de más el lucir unidos.

Cuando mi error y tu vileza veo de Sor Juana

De amor, puesto antes en sujeto indigno, es enmienda blasonar del arrepentimiento

Cuando mi error y tu vileza veo,
contemplo, Silvio, de mi amor errado,
cuán grave es la malicia del pecado,
cuán violenta la fuerza de un deseo.

A mi mesma memoria apenas creo
que pudiese caber en mi cuidado
la última línea de lo despreciado,
el término final de un mal empleo.

Yo bien quisiera, cuando llego a verte,
viendo mi infame amor, poder negarlo;
mas luego la razón justa me advierte

que sólo se remedia en publicarlo;
porque del gran delito de quererte,
sólo es bastante pena, confesarlo.

Silvio, yo te aborrezco, y aun condeno

Prosigue en su pesar, y dice que aun no quisiera aborrecer tan indigno sujeto, por no tenerle así aun cerca del corazón


Silvio, yo te aborrezco, y aun condeno
el que estés de esta suerte en mi sentido;
que infama al hierro el escorpión herido,
y a quien lo huella, mancha inmundo el cieno.

Eres como el mortífero veneno
que daña a quien lo vierte inadvertido,
y en fin eres tan malo y fementido,
que aun para aborrecido no eres bueno.

Tu aspecto vil a mi memoria ofrezco,
aunque con susto me lo contradice,
por darme yo la pena que merezco;

pues cuando considero lo que hice,
no solo a ti, corrida, te aborrezco,
pero a mí, por el tiempo que te quise.

Dices que yo te olvido, Celio, y mientes

No quiere pasar por olvido lo descuidado


Dices que yo te olvido, Celio, y mientes
en decir que me acuerdo de olvidarte,
pues no hay en mi memoria alguna parte
en que, aun como olvidado, te presentes.

Mis pensamientos son tan diferentes
y en todo tan ajenos de tratarte,
que ni saben si pueden olvidarte,
ni, si te olvidan, saben si lo sientes:

Si tú fueras capaz de ser querido
fueras capaz de olvido; y ya era gloria,
al menos, la potencia de haber sido;

mas tan lejos estás de esa victoria,
que aqueste no acordarme no es olvido
sino una negación de la memoria.

Dices que no te acuerdas, Clori de Sor Juana

Sin perder los mismos consonantes, contradice con la verdad, aún más ingeniosa, su hipérbole

Dices que no te acuerdas, Clori, y mientes
en decir que te olvidas de olvidarte,
pues das ya en tu memoria alguna parte
en que, por olvidado, me presentes.

Si son tus pensamientos diferentes
de los de Albiro, dejarás tratarte,
pues tú misma pretendes agraviarte
con querer persuadir lo que no sientes.

Niégasme ser capaz de ser querido,
y tú misma concedes esa gloria,
con que en tu contra tu argumento ha sido;

pues si para alcanzar tanta victoria
te acuerdas de olvidarte del olvido,
ya no das negación en tu memoria.

Décima de Sor Juana Inés de la Cruz

La excusa de lo mal obrado, lo empeora

Tenazmente porfïado
intentas, Silvio, molesto,
porque erraste lo compuesto,
componer lo que has errado.
Yerro cometes doblado:
pues cuando mil tretas usas
con que confesar rehúsas
y en no haber culpa te cierras,
por excusar lo que yerras,
yerras todo lo que excusas.

Romance de Sor Juana Inés de la Cruz

A la merced de alguna presea que la excelentísima señora doña Elvira de Toledo, virreina de Méjico, la presentó, corresponde con una perla y este romance, de no menor fuerza, que envió desde Méjico a la excelentísima señora condesa de Paredes

Hermosa, divina Elvira
a cuyas plantas airosas,
los que a Apolo son laureles
aun no las sirven de alfombra;
a quien Venus y Minerva
reconocen, envidiosas,
la ateniense, por más sabia,
la cipria, por más hermosa;
a quien si el pastor Ideo
diera la dorada poma,
lo justo de la sentencia
le excusara la discordia,
pues a vista del exceso
de tus prendas generosas,
sin esperar al examen,
te cediera la corona:
tú, que impedirle pudieras
la tragedia lastimosa
a Andrómeda, y de Perseo
el asunto a la victoria,
pues mirando tu hermosura
las Nereidas, ambiciosas,
su belleza despreciaran
y a ti te envidiaran sola,
ese concepto oriental
que del llanto de la Aurora
concibió concha lucida
a imitación de tu boca,
en quien la naturaleza,
del arte competidora,
siendo forma natural,
finge ser artificiosa,
quizá porque en su figura,
erudición cierta y docta,
a fascinantes contagios
da virtud preservadora;
con justa razón ofrezco
a tus aras victoriosas,
pues por tributo del mar
a Venus sólo le toca.
Bien mi obligación quisiera
que excediera, por preciosa,
a la que líquida en vino
engrandeció egipcias bodas,
o a aquélla que, blasón regio
de la grandeza española,
nuestros católicos reyes
guardan, vinculada joya;
pero me consuela el ver
que, si tu tocado adorna,
con prestarle tú el oriente,
será más rica que todas,
que el lucir tanto los astros
que del cielo son antorchas,
no es tanto por lo que son,
como donde se colocan.
Recíbela por ofrenda
de mi fineza amorosa,
pues para ser sacrificio,
no en vano quiso ser hostia;
mientras yo, para la prenda
de tu mano generosa,
como para mejor perla,
del corazón hago concha.

Romance de Sor Juana

Pinta la proporción hermosa de la excelentísima señora condesa de Paredes, con otra de cuidados, elegantes esdrújulos, que aún le remite desde Méjico a su excelencia

Lámina sirva el cielo al retrato,
Lísida, de tu angélica forma;
cálamos forme el sol de sus luces,
sílabas las estrellas compongan.
Cárceles tu madeja fabrica:
dédalo que sutilmente forma
vínculos de dorados ofires,
tíbares de prisiones gustosas.
Hécate, no triforme, mas llena,
pródiga de candores asoma,
trémula no en tu frente se oculta,
fúlgida su esplendor desemboza.
Círculo dividido en dos arcos,
pérsica forman lid belicosa:
áspides que por flechas disparas,
víboras de halagüeña ponzoña.
Lámparas, tus dos ojos, febeas,
súbitos resplandores arrojan;
pólvora que a las almas que llega,
tórridas abrasadas transforma.
Límite, de una y otra luz pura,
último, tu nariz judiciosa,
árbitro es entre dos confinantes,
máquina que divide una y otra.
Cátedras del abril, tus mejillas,
clásicas, dan a mayo, estudiosas,
método a jazmines nevados,
fórmula rubicunda a las rosas.
Lágrimas del aurora congela,
búcaro de fragancias, tu boca;
rúbrica con carmines escrita,
cláusula de coral y de aljófar.
Cóncavo es, breve pira, en la barba,
pórfido en que las almas reposan;
túmulo les eriges de luces,
bóveda de luceros las honra.
Tránsito a los jardines de Venus,
órgano es de marfil, en canora
música, tu garganta, que en dulces
éxtasis aun al viento aprisiona.
Pámpanos de cristal y de nieve,
cándidos tus dos brazos, provocan
tántalos, los deseos ayunos,
míseros, sienten frutas y ondas.
Dátiles de alabastro tus dedos,
fértiles de tus dos palmas brotan,
frígidos si los ojos los miran,
cálidos si las almas los tocan.
Bósforo de estrechez tu cintura,
cíngulo ciñe breve por zona,
rígida (si de seda) clausura,
músculos nos oculta, ambiciosa.
Cúmulo de primores, tu talle,
dóricas esculturas asombra,
jónicos lineamientos desprecia,
émula su labor de sí propria.
Móviles pequeñeces tus plantas,
sólidos pavimentos ignoran;
mágicos que, a los vientos que pisan
tósigos de beldad inficionan.
Plátano, tu gentil estatura,
flámula es que a los aires tremola
ágiles movimientos, que esparcen
bálsamo de fragantes aromas.
Índices de tu rara hermosura,
rústicas estas líneas son cortas;
cítara solamente de Apolo,
méritos cante tuyos, sonora.

Altísimo señor, monarca hispano de Sor Juana

Llegaron a Méjico, con el hecho piadoso, las aclamaciones poéticas de Madrid a su majestad; que alaba la poetisa por más superior modo

Altísimo señor, monarca hispano,
que a Dios, entre accidentes escondido,
cuando queréis mostraros más rendido,
es cuando os ostentáis más soberano:

aquesa acción, señor, que al luterano
asombró en Carlos Quinto esclarecido,
y ésa, por quien el gran Rodulfo vido
del mundo el cetro en su piadosa mano,

aunque aplaudida en el hispano suelo
ha sido con católica alegría,
no causa admiración a mi desvelo:

quede admirado aquél que desconfía,
y de vuestra piedad, virtud y celo,
ésa y más religión no suponía.

Romance de Sor Juana Inés de la Cruz

A la Encarnación

Que hoy bajó Dios a la tierra
es cierto; pero más cierto
es, que bajando a María,
bajó Dios a mejor cielo.
Por obediencia del Padre
se vistió de carne el Verbo,
mas tal, que le pudo hacer
comodidad el precepto.
Conveniencia fue de todos
este divino misterio,
pues el hombre, de fortuna,
y Dios mejoró de asiento.
Su sangre le dio María
a logro, porque a su tiempo,
la que recibe encarnando
restituya redimiendo;
si ya no es que, para hacer
la redención, se avinieron,
dando moneda la Madre,
y poniendo el Hijo el sello.
Un arcángel a pedir
bajó su consentimiento,
guardándole, en ser rogada,
de reina los privilegios.
¡Oh grandeza de María,
que cuando usa el Padre Eterno
de dominio con su Hijo,
use con ella de ruego!
A estrecha cárcel reduce
de su grandeza lo inmenso,
y en breve morada cabe
quien sólo cabe en sí mesmo.

Villancico de Sor Juana Inés de la Cruz

Villancico

A lo mismo

Hoy es del divino amor
la encarnación amorosa,
fineza que es tan costosa,
que a las demás da valor.
Que aunque el bien en los nacidos
primero, fue el ser formados,
¿para qué era ser crïados,
sin poder ser redimidos?
Ni el poder solo gozar
el ser pudo ser placer;
porque, ¿para qué era el ser,
si era el ser para penar?
Los misterios eslabona
y es, para nuestro remedio,
del de la redención, medio,
del de la creación, corona.
¿Qué bien al mundo no ha dado
la encarnación amorosa
si aun la culpa fue dichosa
por haberla ocasionado?
Ni ella sola ser podía
causa, que si se repara,
para que Dios encarnara,
bastaba sola María.
Lo contrario no lo admito,
porque se me hace extrañeza,
poder más que su belleza,
el remedio de un delito.
Que aunque éste importó al consuelo
de un mundo en llanto profundo,
¿cuánto valdrá más que un mundo,
la que vale más que el cielo?
Aunque de haber encarnado
pudo ser doble el motivo:
de todos, por compasivo,
de ella, por enamorado.
Y así el bajar este día
al suelo, por varios modos,
fue por la culpa de todos
y la gracia de María.

Glosa de Sor Juana Inés de la Cruz

Glosa a San Josef


¿Cuán grande, Josef, seréis,
cuando vivís en el cielo,
si cuando estáis en el suelo
a Dios por menor tenéis?

¿Quién habrá, Josef, que mida
la santidad que hay en vos,
si el llamaros padre, Dios,
ha de ser vuestra medida?
¿Qué pluma tan atrevida
en vuestro elogio hallaréis?
Pues si lo que merecéis,
el que os quiere definir,
por Dios os ha de medir,
¿cuán grande, Josef, seréis?
Fue tanta la dignidad
que en este mundo tuvisteis,
que vos mismo no supisteis
toda vuestra santidad;
porque, acá, vuestra humildad
puso a vuestra virtud velo,
porque con tanto recelo
vuestra virtud ignoréis,
y solo la conocéis,
cuando vivís en el cielo.
El Señor os quiso honrar
por tan eminente modo,
que aquél que lo manda todo,
de vos se dejó mandar.
Si favor tan singular
mereció acá vuestro celo,
no hay por qué tener recelo
de que por padre os tendrá
cuando estáis glorioso allá,
si cuando estáis en el suelo
vos os queréis humillar;
mas Dios, con obedecer,
nos quiso dar a entender,
lo que vos queréis negar.
Sois, en perfección, sin par,
y cuanto ocultar queréis
lo mucho que merecéis,
porque la naturaleza
conozca vuestra grandeza,
a Dios por menor tenéis.

Romance de Sor Juana

A lo mismo

Escuchen qué cosa y cosa
tan maravillosa aquésta:
un marido sin mujer,
y una casada, doncella.
Un padre que no ha engendrado
a un hijo a quien otro engendra;
un hijo mayor que el padre,
y un casado con pureza.
Un hombre que da alimentos
al mismo que lo alimenta,
cría al que lo crió, y al mismo
que lo sustenta, sustenta.
Manda a su proprio señor,
y a su hijo Dios, respecta;
tiene por ama una esclava,
y por esposa una reina.
Celos tuvo y confianza,
seguridad y sospechas,
riesgos y seguridades,
necesidad y riquezas.
Tuvo, en fin, todas las cosas
que pueden pensarse buenas;
y es, en fin, de María esposo,
y de Dios, padre en la tierra.

Romance de sor Juana Inés de la Cruz

A San Pedro

Del descuido de una culpa,
un gallo, Pedro, os avisa,
que aun lo irracional reprehende,
a quien la razón olvida.
¡Qué poco la Providencia
de instrumentos necesita,
pues a un apóstol convierte
con lo que un ave predica!
Examen fue vuestra culpa
para vuestra prelacía,
que peligra de muy recto
quien de frágil no peligra.
Tímido mueve el impulso
de la mano compasiva
quien en su castigo proprio
tiene del dolor noticia.
En las ajenas flaquezas
siempre la vuestra se os pinta,
y el estruendo del que cae,
os recuerda la caída.
Así templan vuestros ojos
con la piedad la justicia,
cuando lloran como reos,
lo que como jueces miran.

Firma Pilatos la que juzga ajena de Sor Juana

A la sentencia que contra Cristo dio Pilatos: y aconseja a los jueces que antes de firmar fiscalicen sus proprios motivos

Firma Pilatos la que juzga ajena
sentencia, y es la suya: ¡Oh caso fuerte!
¿Quién creerá que firmando ajena muerte,
el mismo juez en ella se condena?
La ambición, de sí tanto le enajena
que con el vil temor, ciego, no advierte
que carga sobre sí la infausta suerte
quien al justo sentencia a injusta pena.
¡Jueces del mundo, detened la mano!
¡Aún no firméis!, mirad si son violencias
las que os pueden mover de odio inhumano.
Examinad primero las conciencias:
mirad no haga el juez recto y soberano
que en la ajena, firméis vuestras sentencias.

A la muerte del excelentísimo señor duque de Veragua

A la muerte del excelentísimo señor duque de Veragua

¿Ves, caminante? En esta triste pira
la potencia de Jove está postrada;
aquí Marte rindió la fuerte espada
aquí Apolo rompió la dulce lira;

aquí Minerva, triste, se retira;
y la luz de los astros, eclipsada,
toda está en la ceniza venerada
del excelso Colón que aquí se mira.

Tanto pudo la fama encarecerlo
y tanto las noticias sublimarlo,
que sin haber llegado a conocerlo

llegó con tanto extremo el reino a amarlo,
que muchos ojos no pudieron verlo,
mas ningunos pudieron no llorarlo.

Detén el paso de Sor Juana Inés de la Cruz

Al mismo

Detén el paso, caminante; advierte
que aun esta losa guarda enternecida,
con triunfos de su diestra no vencida,
al capitán más valeroso y fuerte:

al duque de Veragua, ¡oh triste suerte
que nos dio en su noticia esclarecida,
en relación, los bienes de su vida,
y en posesión, los males de su muerte!

No es muerto el duque, aunque su cuerpo abrace
la losa que piadosa le recibe,
pues porque a su vivir el curso enlace,

aunque el mármol su muerte sobreescribe,
en las piedras verás el Aquí yace,
mas en los corazones, Aquí vive.

Moriste, duque excelso de Sor Juana

¡Moriste, duque excelso, en fin moriste,
sol de Veragua claro y refulgente,
que apenas ilustrabas el oriente
cuando en fatal ocaso te pusiste!

¡Tú, que por tantas veces te ceñiste
el desdén vencedor del sol ardiente,
apareciste exhalación luciente,
llegaste aplauso, ejemplo feneciste!

Moriste, en fin, pero mostraste, osado,
el valor de tu pecho no vencido,
de la propria nación tan venerado,

de las contrarias armas tan temido;
moriste de improviso, que aun el hado
no osara acometerte prevenido.

Villancico I de Sor Juana Inés de la Cruz

Vengan a ver una apuesta,
vengan, vengan, vengan,
que hacen por Cristo y María
el cielo y la tierra.
Vengan, vengan, vengan.

Coplas


El cielo y la tierra este día
compiten entre los dos,
ella, porque bajó Dios,
y él, porque sube María:
cada cual en su porfía,
no hay modo de que se avengan.
Vengan, vengan, vengan.
Dice el cielo: Yo he de dar
posada de más placer,
pues Dios vino a padecer,
María sube a triunfar;
y así es bien que a tu pesar
mis fueros se me mantengan.
Vengan, vengan, vengan.
La tierra dice: Recelo
que fue más bella la mía,
pues el vientre de María
es mucho mejor que el cielo,
y así es bien que en cielo y suelo
por más dichosa me tengan.
Vengan, vengan, vengan.
Injustas son tus querellas,
pues a coronar te inclinas
a Cristo con tus espinas,
yo a María con estrellas,
dice el cielo; y las más bellas
di, que sus sienes obtengan.
Vengan, vengan, vengan.
La tierra dice: Pues más
el mismo Cristo estimó
la carne que en mí tomó,
que la gloria que tú das;
y así no esperes jamás
que mis triunfos se retengan.
Vengan, vengan, vengan.
Al fin vienen a cesar,
porque entre tanta alegría,
pone, al subir, paz María,
como su hijo al bajar;
que en gloria tan singular,
es bien todos se convengan.
Vengan, vengan, vengan.

Villancico II de Sor Juana Inés de la Cruz

Illa quae Dominum coeli
gestasse in utero, digna,
et Verbum divinum, est
mirabiliter enixa;
cuius ubera Puello
lac dedere benedicta,
at vox conciliavit somnum
davidica dulcior lyra;
quae subiectum habuit illum
materna sub disciplina
coeli quem trementes horrent,
dum fulmina iratus vibrat;
cui virgineum pedem gaudet
luna osculari submisa,
quaeque stellis coronatur
fulgore solis amicta:
magna stipante caterva
ex Angelorum militia,
victrix coelum ascendit,
ubi per saecula vivat.
Custodes portarum timent,
ut ingrediatur Maria,
ne cardinibus evulsis,
totum coelum porta fiat.
Ascendit coelos, et coelos
luce vestit peregrina,
atque deliciarum loco
ignotas infert delicias.
Innixa super dilectum
coelestem thalamum intrat,
ubi summam potestatem
habet a Deitate Trina.
Ad dexteram Filij sedet,
et ut coelorum Regina
tota coronatur gloria,
et gloriam coronat ipsa.
Vident superi ascendentem,
et admirantium adinstar,
adinstar concelebrantium
alterna quaerunt laetitia.
Quae es ista? Quae est ista
quae de deserto ascendit sicut virga,
stellis, sole, luna pulchrior? Maria!

Jácara de Sor Juana Inés de la Cruz

¡Aparten!, ¿cómo, a quién digo?
¡Fuera, fuera, plaza, plaza,
que va la jacarandina!
¿Cómo que no, sino al alba?
Vaya de jácara, vaya, vaya,
que si corre María con leves plantas,
un corrido es lo mismo que una jácara.
¡Allá va, fuera, que sale
la valiente de aventuras,
deshacedora de tuertos,
destrozadora de injurias!
Lleva de rayos del sol
resplandeciente armadura,
de las estrellas, y el yelmo,
los botines, de la luna;
en un escudo luciente
con que al infierno deslumbra,
un mote con letras de oro
en que dice, Tota pulchra.
La celebrada de hermosa
y temida por sañuda,
Bradamante en valentía,
Angélica en hermosura;
la que si desprende al aire
la siempre madeja rubia,
tantos Roldanes la cercan
cuantos cabellos la inundan;
la que deshizo el encanto
de aquella serpiente astuta,
que con un conjuro a todos
nos puso servil coyunda;
la que venga los agravios
y anula leyes injustas,
asilo de los pupilos
y amparo de las vïudas;
la que libertó los presos
de la cárcel, donde nunca
a no intervenir su aliento,
esperaban la soltura;
la de quien tiembla el infierno,
si su nombre se pronuncia,
y dicen que las vigilias
los mismos reyes le ayunan;
la que nos parió un león
con cuya rugiente furia
al dragón encantador
puso en vergonzosa fuga;
la más bizarra guerrera
que entre la alentada turba,
sirviendo al imperio sacro
mereció corona augusta;
la paladina famosa,
que con esfuerzo e industria
conquistó la Tierra Santa,
donde para siempre triunfa.
Ésta, pues, que a puntapiés
no hay demonio que la sufra,
pues en mirando sus plantas
le vuelve las herraduras,
coronada de blasones
y de hazañas que la ilustran,
por no caber ya en la tierra,
del mundo se nos afufa,
y andante de las esferas,
en una nueva aventura,
halla el tesoro escondido
que tantos andantes buscan,
donde con cierta virtud,
que la favorece, oculta,
de vivir eternamente
tiene manera segura.
Vaya muy en hora buena,
que será cosa muy justa,
que no muera como todas
quien vivió como ninguna.

Villancico IV de Sor Juana Inés de la Cruz

La soberana doctora
de las escuelas divinas,
de quien los ángeles todos
deprenden sabiduría,
por ser quien inteligencia
mejor de Dios participa,
a leer la suprema sube
cátedra de teología.
Por primaria de las ciencias
es justo que esté aplaudida
quien de todas las criaturas
se llevó la primacía.
Ninguno de Charitate
estudió con más fatiga,
y la materia de Gratia
supo, aun antes de nacida.
Después la de Incarnatione
pudo estudiar en sí misma,
con que en la de Trinitate
alcanzó mayor noticia.
Los soberanos cursantes
que las letras ejercitan
y de la sagrada ciencia
los secretos investigan,
con los espíritus puros
que el eterno solio habitan,
inteligencias sutiles
(ciencia de Dios se apellidan),
todos la votan iguales,
y con amantes caricias,
le celebran la victoria
y el triunfo le solemnizan.

Estribillo


Y con alegres voces de aclamación festiva,
hinchan las raridades del aire, de alegrías,
y sólo se percibe en la confusa grita:
¡Vítor, vítor, vítor, vítor María,
a pesar del infierno y de su envidia.
Vítor, vítor, vítor, vítor María!

Villancico V de Sor Juana Inés de la Cruz

Aquella zagala
del mirar sereno,
hechizo del soto
y envidia del cielo;
la que al mayoral
de la cumbre excelso
hirió con un ojo,
prendió en un cabello;
a quien su querido
le fue mirra un tiempo
dándole morada
sus cándidos pechos;
la que en rico adorno
tiene, por aseo,
cedrina la casa
y florido el lecho;
la que se alababa
que el color moreno
se lo iluminaron
los rayos febeos;
la por quien su esposo
con galán desvelo
pasaba los valles,
saltaba los cerros;
la del hablar dulce,
cuyos labios bellos
destilan panales,
leche y miel vertiendo;
la que preguntaba
con amante anhelo
dónde de su esposo
pacen los corderos;
a quien su querido,
liberal y tierno,
del Líbano llama
con dulces requiebros;
por gozar los brazos
de su amante dueño
trueca el valle humilde
por el monte excelso.
Los pastores sacros
del Olimpo eterno,
la gala le cantan
con dulces acentos;
pero los del valle,
su fuga siguiendo,
dicen presurosos
en confusos ecos:

Estribillo


¡Al monte, al monte, a la cumbre,
corred, volad, zagales,
que se nos va María por los aires!
¡Corred, corred, volad aprisa, aprisa,
que nos lleva robadas las almas y las vidas,
y llevando en sí misma nuestra riqueza,
nos deja sin tesoros el aldea!
¡Al monte, etc.!

Negritos. Estribillo de Sor Juana

¡Ah, ah, ah,,
que la reina se nos va!
¡Uh, uh, uh,
que non blanca como tú
nin Pañó, que no sa buena,
que eya dici: So molena,
con las sole que mirá!
1. Cantemo, Pilico,
que se va las reina,
y dalemu turo 10
una noche buena.
2. Yguale yolale,
Flacico, de pena,
que nos deja ascula
a turo las negla.
1. Si la cielo va,
y Dioso la lleva,
¿pala qué yolá,
si eya sa contenta?
Sará muy galana,
vitira de tela,
milando la sole,
pisando la streya.
2. Dejame yolá,
Flacico, pol eya,
que se va, y nosotlo
la oblaje nos deja.
1. Caya, que sa siempre
milemo la iglesia,
mila las pañola,
que se quela plieta.
2. Bien dici, Flacico,
tura sa supensa,
si tu quiele demu
una cantaleta.
1. ¡Noble de mi Dioso,
que sa cosa buena!,
aola Pilico,
que nos mira atenta:
¡Ah, ah, ah!, etc.
Los mejicanos alegres
también a su usanza salen,
que en quien campa la lealtad,
bien es que el aplauso campe.
Y con las cláusulas tiernas
del mejicano lenguaje,
en un tocotín sonoro,
dicen con voces süaves:

Tocotín


Tla ya timohuica
to tlazo ziuapilli
maca ammo tonantzin,
titechmoilcahuiliz.
Manel in ilhuicac
huel timopaquitiz,
nahamo nozo quenman
timotlalnamíctiz.
In moyolque mochtin
huel motilinizque;
tlaca amo tehuatzin
ticmomatlaníliz.
Ca miztlacamati
motlazo piltzintli,
mac tel in te pampa
xicmotlatlauhtili.
Tlaca ammo quinequi,
xicmoilnamiquili
ca mo nacayotzin
oticmomaquiti.
Mochichihual ayolt
oquimomitili
tla motecmitia
yhuan tetepitzin.
Ma mo pampantzinco
in mo ayolcat intin
in itla pohpoltin
tictomacehuizque
totlatlacol mochtin
tiololquiztizque
ilhuicac tiazque
timitzittalizque
in campa cemihcac
timonemitíliz
cemihcac mochihuaz
in mo nahuatiltzin.

Villancico VII de Sor Juana Inés de la Cruz

¡Silencio, atención,
que canta María!
Escuchen, atiendan,
que a su voz divina,
los vientos se paran
y el cielo se inclina.
Silencio, etc.

Coplas


Hoy la maestra divina
de la capilla suprema
hace ostentación lucida
de su sin igual destreza.
Desde el ut del ecce ancilla,
por ser el más bajo empieza,
y subiendo más que el sol
al la de exaltata llega.
Propriedad es de natura,
que entre Dios y el hombre media,
y del cielo el b cuadrado
junta al b mol de la tierra.
B fa b mi, que juntando
diversas naturalezas,
unió el mi de la divina,
al bajo la de la nuestra.
En especies musicales
tiene tanta inteligencia,
que el contrapunto de Dios
dio en ella la más perfecta.
No al compasillo del mundo,
errado, la voz sujeta,
sino a la proporción alta
del compás ternario atenta.
Las cantatrices antiguas,
las Judiques, las Rebecas,
figuras minimas son,
que esta maxima nos muestran.
Dividir las cismas sabe
en tal cuantidad, que en ella
no hay semitono incantable,
porque ninguno disuena.
Y así, del género halló
armónico la cadencia
que, por estar destemplada,
perdió la naturaleza.
Si del mundo el frigio modo
de Dios la cólera altera,
blandamente con el dorio
las divinas iras templa.
Música mejor que Orfeo
(como Ilefonso exagera)
hoy suspendió del abismo
las infatigables penas.
Por los signos de los astros,
la voz entonada suena,
y los angélicos coros
el contrabajo le llevan.
La Iglesia también, festiva,
de acompañarla se precia,
y con sonoras octavas
el sagrado son aumenta.
Con cláusula, pues, final,
sube a la mayor alteza,
a gozar de la Tritona
las consonancias eternas.

Villancico VIII de Sor Juana Inés de la Cruz

Ensaladilla. Jura


Introducción


A la aclamación festiva
de la jura de su reina,
se juntó la plebe humana
con la angélica nobleza.
Y como reina es de todos,
su coronación celebran
y con majestad de voces
dicen en canciones regias:

Coplas. Reina


Ángeles y hombres, señora,
os juramos, como veis,
con que vos os obliguéis,
a ser nuestra protectora.
Y os hacemos homenaje
de las vidas; y así, vos,
guardad los fueros que Dios
le dio al humano linaje.
Vos habéis de mantenernos
en paz y justicia igual,
y del contrario infernal
con aliento defendernos.
Con esto, con reverencia,
conformes en varios modos,
por los Evangelios todos,
os juramos la obediencia.
Laus deo

Primero Sueño de Sor Juana Inés de la Cruz

Sor Juana Inés de la Cruz

(Juana de Asbaje y Ramírez)

Primero sueño


Piramidal, funesta, de la tierra
nacida sombra, al Cielo encaminaba
de vanos obeliscos punta altiva,
escalar pretendiendo las Estrellas;
si bien sus luces bellas 5
--exentas siempre, siempre rutilantes--
la tenebrosa guerra
que con negros vapores le intimaba
la pavorosa sombra fugitiva
burlaban tan distantes, 10
que su atezado ceño
al superior convexo aun no llegaba
del orbe de la Diosa
que tres veces hermosa
con tres hermosos rostros ser ostenta, 15
quedando sólo o dueño
del aire que empañaba
con el aliento denso que exhalaba;
y en la quietud contenta
de imperio silencioso, 20
sumisas sólo voces consentía
de las nocturnas aves,
tan obscuras, tan graves,
que aun el silencio no se interrumpía.

Con tardo vuelo y canto, del oído 25
mal, y aun peor del ánimo admitido,
la avergonzada Nictimene acecha
de las sagradas puertas los resquicios,
o de las claraboyas eminentes
los huecos más propicios 30
que capaz a su intento le abren brecha,
y sacrílega llega a los lucientes
faroles sacros de perenne llama,
que extingue, si no infama,
en licor claro la materia crasa 35
consumiendo, que el árbol de Minerva
de su fruto, de prensas agravado,
congojoso sudó y rindió forzado.

Y aquellas que su casa
campo vieron volver, sus telas hierba, 40
a la deidad de Baco inobedientes,
--ya no historias contando diferentes,
en forma sí afrentosa transformadas--,
segunda forman niebla,
ser vistas aun temiendo en la tiniebla, 45
aves sin pluma aladas:
aquellas tres oficïosas, digo,
atrevidas Hermanas,
que el tremendo castigo
de desnudas les dio pardas membranas 50
alas tan mal dispuestas
que escarnio son aun de las más funestas:
éstas, con el parlero
ministro de Plutón un tiempo, ahora
supersticioso indicio al agorero, 55
solos la no canora
componían capilla pavorosa,
máximas, negras, longas entonando,
y pausas más que voces, esperando
a la torpe mensura perezosa 60
de mayor proporción tal vez, que el viento
con flemático echaba movimiento,
de tan tardo compás, tan detenido,
que en medio se quedó tal vez dormido.

Éste, pues, triste son intercadente 65
de la asombrada turba temerosa,
menos a la atención solicitaba
que al sueño persuadía;
antes sí, lentamente,
su obtusa consonancia espaciosa 70
al sosiego inducía
y al reposo los miembros convidaba,
--el silencio intimando a los vivientes,
uno y otro sellando labio obscuro
con indicante dedo, 75
Harpócrates, la noche, silencioso;
a cuyo, aunque no duro,
si bien imperïoso
precepto, todos fueron obedientes--.

El viento sosegado, el can dormido, 80
éste yace, aquél quedo
los átomos no mueve,
con el susurro hacer temiendo leve,
aunque poco, sacrílego ruïdo,
violador del silencio sosegado. 85
El mar, no ya alterado,
ni aun la instable mecía
cerúlea cuna donde el Sol dormía;
y los dormidos, siempre mudos, peces,
en los lechos lamosos 90
de sus obscuros senos cavernosos,
mudos eran dos veces;
y entre ellos, la engañosa encantadora
Alcione, a los que antes
en peces transformó, simples amantes, 95
transformada también, vengaba ahora.

En los del monte senos escondidos,
cóncavos de peñascos mal formados
--de su aspereza menos defendidos
que de su obscuridad asegurados--, 100
cuya mansión sombría
ser puede noche en la mitad del día,
incógnita aun al cierto
montaraz pie del cazador experto,
--depuesta la fiereza 105
de unos, y de otros el temor depuesto--
yacía el vulgo bruto,
a la Naturaleza
el de su potestad pagando impuesto,
universal tributo; 110
y el Rey, que vigilancias afectaba,
aun con abiertos ojos no velaba.

El de sus mismos perros acosado,
monarca en otro tiempo esclarecido,
tímido ya venado, 115
con vigilante oído,
del sosegado ambiente
al menor perceptible movimiento
que los átomos muda,
la oreja alterna aguda 120
y el leve rumor siente
que aun le altera dormido.
Y en la quietud del nido,
que de brozas y lodo, instable hamaca,
formó en la más opaca 125
parte del árbol, duerme recogida
la leve turba, descansando el viento
del que le corta, alado movimiento.

De Júpiter el ave generosa
--como al fin Reina--, por no darse entera 130
al descanso, que vicio considera
si de preciso pasa, cuidadosa
de no incurrir de omisa en el exceso,
a un solo pie librada fía el peso
y en otro guarda el cálculo pequeño 135
--despertador reloj del leve sueño--,
porque, si necesario fue admitido,
no pueda dilatarse continuado,
antes interrumpido
del regio sea pastoral cuidado. 140
¡Oh de la Majestad pensión gravosa,
que aun el menor descuido no perdona!
Causa, quizá, que ha hecho misteriosa,
circular, denotando, la corona,
en círculo dorado, 145
que el afán es no menos continuado.

El sueño todo, en fin, lo poseía;
todo, en fin, el silencio lo ocupaba:
aun el ladrón dormía;
aun el amante no se desvelaba. 150

El conticinio casi ya pasando
iba, y la sombra dimidiaba, cuando
de las diurnas tareas fatigados,
--y no sólo oprimidos
del afán ponderoso 155
del corporal trabajo, mas cansados
del deleite también, (que también cansa
objeto continuado a los sentidos
aun siendo deleitoso:
que la Naturaleza siempre alterna 160
ya una, ya otra balanza,
distribuyendo varios ejercicios,
ya al ocio, ya al trabajo destinados,
en el fiel infïel con que gobierna
la aparatosa máquina del mundo)--; 165
así, pues, de profundo
sueño dulce los miembros ocupados,
quedaron los sentidos
del que ejercicio tienen ordinario,
--trabajo en fin, pero trabajo amado 170
si hay amable trabajo--,
si privados no, al menos suspendidos,
y cediendo al retrato del contrario
de la vida, que--lentamente armado--
cobarde embiste y vence perezoso 175
con armas soñolientas,
desde el cayado humilde al cetro altivo,
sin que haya distintivo
que el sayal de la púrpura discierna:
pues su nivel, en todo poderoso, 180
gradúa por exentas
a ningunas personas,
desde la de a quien tres forman coronas
soberana tiara,
hasta la que pajiza vive choza; 185
desde la que el Danubio undoso dora,
a la que junco humilde, humilde mora;
y con siempre igual vara
(como, en efecto, imagen poderosa
de la muerte) Morfeo 190
el sayal mide igual con el brocado.

El alma, pues, suspensa
del exterior gobierno,--en que ocupada
en material empleo,
o bien o mal da el día por gastado--, 195
solamente dispensa
remota, si del todo separada
no, a los de muerte temporal opresos
lánguidos miembros, sosegados huesos,
los gajes del calor vegetativo, 200
el cuerpo siendo, en sosegada calma,
un cadáver con alma,
muerto a la vida y a la muerte vivo,
de lo segundo dando tardas señas
el del reloj humano 205
vital volante que, si no con mano,
con arterial concierto, unas pequeñas
muestras, pulsando, manifiesta lento
de su bien regulado movimiento.

Este, pues, miembro rey y centro vivo 210
de espíritus vitales,
con su asociado respirante fuelle
--pulmón, que imán del viento es atractivo,
que en movimientos nunca desiguales
o comprimiendo ya, o ya dilatando 215
el musculoso, claro arcaduz blando,
hace que en el resuelle
el que le circunscribe fresco ambiente
que impele ya caliente,
y él venga su expulsión haciendo activo 220
pequeños robos al calor nativo,
algún tiempo llorados,
nunca recuperados,
si ahora no sentidos de su dueño,
que, repetido, no hay robo pequeño--; 225
éstos, pues, de mayor, como ya digo,
excepción, uno y otro fiel testigo,
la vida aseguraban,
mientras con mudas voces impugnaban
la información, callados, los sentidos 230
--con no replicar sólo defendidos--,
y la lengua que, torpe, enmudecía,
con no poder hablar los desmentía.

Y aquella del calor más competente
científica oficina, 235
próvida de los miembros despensera,
que avara nunca y siempre diligente,
ni a la parte prefiere más vecina
ni olvida a la remota,
y en ajustado natural cuadrante 240
las cuantidades nota
que a cada cuál tocarle considera,
del que alambicó quilo el incesante
calor, en el manjar que--medianero
piadoso--entre él y el húmedo interpuso 245
su inocente substancia,
pagando por entero
la que, ya piedad sea, o ya arrogancia,
al contrario voraz necio lo expuso,
--merecido castigo, aunque se excuse, 250
al que en pendencia ajena se introduce--;
ésta, pues, si no fragua de Vulcano,
templada hoguera del calor humano,
al cerebro envïaba
húmedos, más tan claros los vapores 255
de los atemperados cuatro humores,
que con ellos no sólo no empañaba
los simulacros que la estimativa
dio a la imaginativa
y aquésta, por custodia más segura, 260
en forma ya más pura
entregó a la memoria que, oficiosa,
grabó tenaz y guarda cuidadosa,
sino que daban a la fantasía
lugar de que formase 265
imágenes diversas. * Y del modo
que en tersa superficie, que de Faro
cristalino portento, asilo raro
fue, en distancia longísima se vían
(sin que ésta le estorbase) 270
del reino casi de Neptuno todo
las que distantes le surcaban naves,
--viéndose claramente
en su azogada luna
el número, el tamaño y la fortuna 275
que en la instable campaña transparente
arresgadas tenían,
mientras aguas y vientos dividían
sus velas leves y sus quillas graves--:
así ella, sosegada, iba copiando 280
las imágenes todas de las cosas,
y el pincel invisible iba formando
de mentales, sin luz, siempre vistosas
colores, las figuras
no sólo ya de todas las criaturas 285
sublunares, más aun también de aquéllas
que intelectuales claras son Estrellas,
y en el modo posible
que concebirse puede lo invisible,
en sí, mañosa, las representaba 290
y al Alma las mostraba.

La cual, en tanto, toda convertida
a su inmaterial Ser y esencia bella,
aquella contemplaba,
participada de alto Ser, centella 295
que con similitud en sí gozaba;
y juzgándose casi dividida
de aquella que impedida
siempre la tiene, corporal cadena,
que grosera embaraza y torpe impide 300
el vuelo intelectual con que ya mide
la cuantidad inmensa de la Esfera,
ya el curso considera
regular, con que giran desiguales
los cuerpos celestiales, 305
--culpa si grave, merecida pena
(torcedor del sosiego, riguroso)
de estudio vanamente judicioso--,
puesta, a su parecer, en la eminente
cumbre de un monte a quien el mismo Atlante 310
que preside gigante
a los demás, enano obedecía,
y Olimpo, cuya sosegada frente
nunca de aura agitada
consintió ser violada, 315
aun falda suya ser no merecía:
pues las nubes:--que opaca son corona
de la más elevada corpulencia,
del volcán más soberbio que en la tierra
gigante erguido intima al cielo guerra--, 320
apenas densa zona
de su altiva eminencia,
o a su vasta cintura
cíngulo tosco son, que--mal ceñido--
o el viento lo desata sacudido, 325
o vecino el calor del Sol lo apura.

A la región primera de su altura,
(ínfima parte, digo, dividiendo
en tres su continuado cuerpo horrendo),
el rápido no pudo, el veloz vuelo 330
del águila--que puntas hace al Cielo
y al Sol bebe los rayos pretendiendo
entre sus luces colocar su nido--
llegar; bien que esforzando
más que nunca el impulso, ya batiendo 335
las dos plumadas velas, ya peinando
con las garras el aire, ha pretendido,
tejiendo de los átomos escalas,
que su inmunidad rompan sus dos alas.

Las Pirámides dos--ostentaciones 340
de Menfis vano y de la Arquitectura
último esmero, si ya no pendones
fijos, no tremolantes--, cuya altura
coronada de bárbaros trofeos
tumba y bandera fue a los Ptolomeos, 345
que al viento, que a las nubes publicaba
(si ya también al Cielo no decía)
de su grande, su siempre vencedora
ciudad--ya Cairo ahora--
las que, porque a su copia enmudía, 350
la Fama no cantaba.
Gitanas glorias, Ménficas proezas,
aun en el viento, aun en el Cielo impresas:

éstas,--que en nivelada simetría
su estatura crecía 355
con tal diminución, con arte tanto,
que (cuanto más al Cielo caminaba)
a la vista, que lince la miraba,
entre los vientos se desparecía,
sin permitir mirar la sutil punta 360
que al primer orbe finge que se junta,
hasta que fatigada del espanto,
no descendida, sino despeñada
se hallaba al pie de la espaciosa basa,
tarde o mal recobrada 365
del desvanecimiento
que pena fue no escasa
del visüal alado atrevimiento--,
cuyos cuerpos opacos
no al Sol opuestos, antes avenidos 370
con sus luces, si no confederados
con él (como, en efecto, confinantes),
tan del todo bañados
de su resplandor eran, que --lucidos--
nunca de calorosos caminantes 375
al fatigado aliento, a los pies flacos,
ofrecieron alfombra
aun de pequeña, aun de señal de sombra

éstas, que glorias ya sean Gitanas,
o elaciones profanas, 380
bárbaros jeroglíficos de ciego
error, según el Griego
ciego también, dulcísimo Poeta,
--si ya, por las que escribe
Aquileyas proezas 385
o marciales de Ulises sutilezas,
la unión no le recibe
de los Historiadores, o le acepta
(cuando entre su catálogo le cuente)
que gloria más que número le aumente--, 390
de cuya dulce serie numerosa
fuera más fácil cosa
al temido Tonante
el rayo fulminante
quitar, o la pesada 395
a Alcides clava herrada,
que un hemistiquio sólo
de los que le dictó propicio Apolo:

según de Homero, digo, la sentencia,
las Pirámides fueron materiales 400
tipos solos, señales exteriores
de las que, dimensiones interiores,
especies son del Alma intencionales:
que como sube en piramidal punta
al Cielo la ambiciosa llama ardiente, 405
así la humana mente
su figura trasunta,
y a la Causa Primera siempre aspira,
--céntrico punto donde recta tira
la línea, si ya no circunferencia, 410
que contiene, infinita, toda esencia--.

éstos, pues, Montes dos artificiales
(bien maravillas, bien milagros sean),
y aun aquella blasfema altiva Torre
de quien hoy dolorosas son señales 415
--no en piedras, sino en lenguas desiguales,
porque voraz el tiempo no las borre--
los idiomas diversos que escasean
el socïable trato de las gentes
(haciendo que parezcan diferentes 420
los que unos hizo la Naturaleza,
de la lengua por sólo la extrañeza),
si fueran comparados
a la mental pirámide elevada
donde, sin saber cómo, colocada 425
el Alma se miró, tan atrasados
se hallaran, que cualquiera
gradüara su cima por Esfera:
pues su ambicioso anhelo,
haciendo cumbre de su propio vuelo, 430
en la más eminente
la encumbró parte de su propia mente,
de sí tan remontada, que creía
que a otra nueva región de sí salía.

En cuya casi elevación inmensa, 435
gozosa mas suspensa,
suspensa pero ufana,
y atónita aunque ufana, la suprema
de lo sublunar Reina soberana,
la vista perspicaz, libre de anteojos, 440
de sus intelectuales bellos ojos,
(sin que distancia tema
ni de obstáculo opaco se recele,
de que interpuesto algún objeto cele),
libre tendió por todo lo crïado: 445
cuyo inmenso agregado,
cúmulo incomprehensible,
aunque a la vista quiso manifiesto
dar señas de posible,
a la comprehensión no, que--entorpecida 450
con la sobra de objetos, y excedida
de la grandeza de ellos su potencia--,
retrocedió cobarde.

Tanto no, del osado presupuesto,
revocó la intención, arrepentida, 455
la vista que intentó descomedida
en vano hacer alarde
contra objeto que excede en excelencia
las líneas visuales,
--contra el Sol, digo, cuerpo luminoso, 460
cuyos rayos castigo son fogoso,
que fuerzas desiguales
despreciando, castigan rayo a rayo
el confïado, antes atrevido
y ya llorado ensayo, 465
(necia experiencia que costosa tanto
fue, que ícaro ya, su propio llanto
lo anegó enternecido)--,
como el entendimiento, aquí vencido
no menos de la inmensa muchedumbre 470
(de tanta maquinosa pesadumbre
de diversas especies, conglobado
esférico compuesto),
que de las cualidades
de cada cual, cedió; tan asombrado, 475
que--entre la copia puesto,
pobre con ella en las neutralidades
de un mar de asombros, la elección confusa--,
equivocó las ondas zozobraba;
y por mirarlo todo, nada vía, 480
ni discernir podía
(bota la facultad intelectiva
en tanta, tan difusa
incomprehensible especie que miraba
desde el un eje en que librada estriba 485
la máquina voluble de la Esfera,
al contrapuesto polo)
las partes, ya no solo,
que al universo todo considera
serle perfeccionantes, 490
a su ornato, no mas, pertenecientes;
Mas ni aun las que integrantes
miembros son de su cuerpo dilatado,
proporcionadamente competentes.

Mas como al que ha usurpado 495
diuturna obscuridad, de los objetos
visibles los colores,
si súbitos le asaltan resplandores,
con la sobra de luz queda más ciego
--que el exceso contrarios hace efectos 500
en la torpe potencia, que la lumbre
del Sol admitir luego
no puede por la falta de costumbre--,
y a la tiniebla misma, que antes era
tenebroso a la vista impedimento, 505
de los agravios de la luz apela,
y una vez y otra con la mano cela
de los débiles ojos deslumbrados
los rayos vacilantes,
sirviendo ya--piadosa medianera— 510
la sombra de instrumento
para que recobrados
por grados se habiliten,
porque después constantes
su operación más firmes ejerciten, 515
--recurso natural, innata ciencia
que confirmada ya de la experiencia,
maestro quizá mudo,
retórico ejemplar, inducir pudo
a uno y otro Galeno 520
para que del mortífero veneno,
en bien proporcionadas cantidades
escrupulosamente regulando
las ocultas nocivas cualidades,
ya por sobrado exceso 525
de cálidas o frías,
o ya por ignoradas simpatías
o antipatías con que van obrando
las causas naturales su progreso,
(a la admiración dando, suspendida, 530
efecto cierto en causa no sabida,
con prolijo desvelo y remirada
empírica atención, examinada
en la bruta experiencia,
por menos peligrosa), 535
la confección hicieran provechosa,
último afán de la Apolínea ciencia,
de admirable trïaca,
¡que así del mal el bien tal vez se saca!--:
no de otra suerte el Alma, que asombrada 540
de la vista quedó de objeto tanto,
la atención recogió, que derramada
en diversidad tanta, aun no sabía
recobrarse a sí misma del espanto
que portentoso había 545
su discurso calmado,
permitiéndole apenas
de un concepto confuso
el informe embrïón que, mal formado,
inordinado caos retrataba 550
de confusas especies que abrazaba,
--sin orden avenidas,
sin orden separadas,
que cuanto más se implican combinadas
tanto más se disuelven desunidas, 555
de diversidad llenas--,
ciñendo con violencia lo difuso
de objeto tanto, a tan pequeño vaso,
(aun al más bajo, aun al menor, escaso).

Las velas, en efecto, recogidas, 560
que fïó inadvertidas
traidor al mar, al viento ventilante,
--buscando, desatento,
al mar fidelidad, constancia al viento--,
mal le hizo de su grado 565
en la mental orilla
dar fondo, destrozado,
al timón roto, a la quebrada entena,
besando arena a arena
de la playa el bajel, astilla a astilla, 570
donde--ya recobrado--
el lugar usurpó de la carena
cuerda refleja, reportado aviso
de dictamen remiso:
que, en su operación misma reportado, 575
más juzgó conveniente
a singular asunto reducirse,
o separadamente
una por una discurrir las cosas
que vienen a ceñirse 580
en las que artificiosas
dos veces cinco son Categorías:

reducción metafísica que enseña
(los entes concibiendo generales
en sólo unas mentales fantasías 585
donde de la materia se desdeña
el discurso abstraído)
ciencia a formar de los universales,
reparando, advertido,
con el arte el defecto 590
de no poder con un intüitivo
conocer acto todo lo crïado,
sino que, haciendo escala, de un concepto
en otro va ascendiendo grado a grado,
y el de comprender orden relativo 595
sigue, necesitado
del del entendimiento
limitado vigor, que a sucesivo
discurso fía su aprovechamiento:

cuyas débiles fuerzas, la doctrina 600
con doctos alimentos va esforzando,
y el prolijo, si blando,
continuo curso de la disciplina,
robustos le va alientos infundiendo,
con que más animoso 605
al palio glorïoso
del empeño más arduo, altivo aspira,
los altos escalones ascendiendo,
--en una ya, ya en otra cultivado
facultad--, hasta que insensiblemente 610
la honrosa cumbre mira
término dulce de su afán pesado
(de amarga siembra, fruto al gusto grato,
que aun a largas fatigas fue barato),
y con planta valiente 615
la cima huella de su altiva frente.

De esta serie seguir mi entendimiento
el método quería,
o del ínfimo grado
del ser inanimado 620
(menos favorecido,
si no más desvalido,
de la segunda causa productiva),
pasar a la más noble jerarquía
que, en vegetable aliento, 625
primogénito es, aunque grosero,
de Thetis,--el primero
que a sus fértiles pechos maternales,
con virtud atractiva,
los dulces apoyó manantïales 630
de humor terrestre, que a su nutrimento
natural es dulcísimo alimento--,
y de cuatro adornada operaciones
de contrarias acciones,
ya atrae, ya segrega diligente 635
lo que no serle juzga conveniente,
ya lo superfluo expele, y de la copia
la substancia más útil hace propia;

y--esta ya investigada--,
forma inculcar más bella 640
(de sentido adornada,
y aun más que de sentido, de aprehensiva
fuerza imaginativa),
que justa puede ocasionar querella
--cuando afrenta no sea-- 645
de la que más lucida centellea
inanimada Estrella,
bien que soberbios brille resplandores,
--que hasta a los Astros puede superiores,
aun la menor criatura, aun la más baja, 650
ocasionar envidia, hacer ventaja--;

y de este corporal conocimiento
haciendo, bien que escaso, fundamento,
al supremo pasar maravilloso
compuesto triplicado, 655
de tres acordes líneas ordenado
y de las formas todas inferiores
compendio misterioso:
bisagra engarzadora
de la que más se eleva entronizada 660
Naturaleza pura
y de la que, criatura
menos noble, se ve más abatida:
no de las cinco solas adornada
sensibles facultades, 665
mas de las interiores
que tres rectrices son, ennoblecida,
--que para ser señora
de las demás, no en vano
la adornó Sabia Poderosa Mano--: 670
fin de Sus obras, círculo que cierra
la Esfera con la tierra,
última perfección de lo criado
y último de su Eterno Autor agrado,
en quien con satisfecha complacencia 675
Su inmensa descansó magnificencia:

fábrica portentosa
que, cuanto más altiva al Cielo toca,
sella el polvo la boca,
--de quien ser pudo imagen misteriosa 680
la que águila Evangélica, sagrada
visión en Patmos vio, que las Estrellas
midió y el suelo con iguales huellas,
o la estatua eminente
que del metal mostraba más preciado 685
la rica altiva frente,
y en el más desechado
material, flaco fundamento hacía,
con que a leve vaivén se deshacía--:
el Hombre, digo, en fin, mayor portento 690
que discurre el humano entendimiento;
compendio que absoluto
parece al ángel, a la planta, al bruto;
cuya altiva bajeza
toda participó Naturaleza. 695
¿Por qué? Quizá porque más venturosa
que todas, encumbrada
a merced de amorosa
Unión sería. ¡Oh, aunque repetida,
nunca bastantemente bien sabida 700
merced, pues ignorada
en lo poco apreciada
parece, o en lo mal correspondida!

Estos, pues, grados discurrir quería
unas veces; pero otras, disentía, 705
excesivo juzgando atrevimiento
el discurrirlo todo,
quien aun la más pequeña,
aun la más fácil parte no entendía
de los más manüales 710
efectos naturales;
quien de la fuente no alcanzó risueña
el ignorado modo
con que el curso dirige cristalino
deteniendo en ambages su camino, 715
--los horrorosos senos
de Plutón, las cavernas pavorosas
del abismo tremendo,
las campañas hermosas,
los Eliseos amenos, 720
tálamo ya de su triforme esposa,
clara pesquisidora registrando,
(útil curiosidad, aunque prolija,
que de su no cobrada bella hija
noticia cierta dio a la rubia Diosa, 725
cuando montes y selvas trastornando,
cuando prados y bosques inquiriendo,
su vida iba buscando
y del dolor su vida iba perdiendo)--;

quien de la breve flor aun no sabía 730
por qué ebúrnea figura
circunscribe su frágil hermosura:
mixtos, por qué, colores
--confundiendo la grana en los albores--
fragante le son gala: 735
ambares por qué exhala,
y el leve, si más bello
ropaje al viento explica,
que en una y otra fresca multiplica
hija, formando pompa escarolada 740
de dorados perfiles cairelada,
que --roto del capillo el blanco sello--
de dulce herida de la Cipria Diosa
los despojos ostenta jactanciosa,
si ya el que la colora, 745
candor al alba, púrpura al aurora
no le usurpó y, mezclado,
purpúreo es ampo, rosicler nevado:
tornasol que concita
los que del prado aplausos solicita, 750
preceptor quizá vano
--si no ejemplo profano--
de industria femenil que el más activo
veneno, hace dos veces ser nocivo
en el velo aparente 755
de la que finge tez resplandeciente.

Pues si a un objeto solo, --repetía
tímido el Pensamiento--,
huye el conocimiento
y cobarde el discurso se desvía; 760
si a especie segregada
--como de las demás independiente,
como sin relación considerada--
da las espaldas el entendimiento,
y asombrado el discurso se espeluza 765
del difícil certamen que rehúsa
acometer valiente,
porque teme cobarde
comprehenderlo o mal, o nunca, o tarde,
¿cómo en tan espantosa 770
máquina inmensa discurrir pudiera,
cuyo terrible incomportable peso
--si ya en su centro mismo no estribara--
de Atlante a las espaldas agobiara,
de Alcides a las fuerzas excediera; 775
y el que fue de la Esfera
bastante contrapeso,
pesada menos, menos ponderosa
su máquina juzgara, que la empresa
de investigar a la Naturaleza? 780

Otras --más esforzado--
demasiada acusaba cobardía
el lauro antes ceder, que en la lid dura
haber siquiera entrado,
y al ejemplar osado 785
del claro joven la atención volvía,
--auriga altivo del ardiente carro--,
y el, si infeliz, bizarro
alto impulso, el espíritu encendía:
donde el ánimo halla 790
--más que el temor ejemplos de escarmiento--
abiertas sendas al atrevimiento,
que una ya vez trilladas, no hay castigo
que intento baste a remover segundo,
(segunda ambición, digo). 795

Ni el panteón profundo
--cerúlea tumba a su infeliz ceniza--,
ni el vengativo rayo fulminante
mueve, por más que avisa,
al ánimo arrogante 800
que, el vivir despreciando, determina
su nombre eternizar en su ruina.
Tipo es, antes, modelo:
ejemplar pernicioso
que alas engendra a repetido vuelo, 805
del ánimo ambicioso
que --del mismo terror haciendo halago
que al valor lisonjea--,
las glorias deletrea
entre los caracteres del estrago. 810
O el castigo jamás se publicara,
porque nunca el delito se intentara:
político silencio antes rompiera
los autos del proceso,
--circunspecto estadista--; 815
o en fingida ignorancia simulara,
o con secreta pena castigara
el insolente exceso,
sin que a popular vista
el ejemplar nocivo propusiera: 820
que del mayor delito la malicia
peligra en la noticia,
contagio dilatado trascendiendo;
porque singular culpa sólo siendo,
dejara más remota a lo ignorado 825
su ejecución, que no a lo escarmentado.

Mas mientras entre escollos zozobraba
confusa la elección, sirtes tocando
de imposibles, en cuantos intentaba
rumbos seguir, --no hallando 830
materia en que cebarse
el calor ya, pues su templada llama
(llama al fin, aunque más templada sea,
que si su activa emplea
operación, consume, si no inflama) 835
sin poder excusarse
había lentamente
el manjar trasformado,
propia substancia de la ajena haciendo:
y el que hervor resultaba bullicioso 840
de la unión entre el húmedo y ardiente,
en el maravilloso
natural vaso, había ya cesado
(faltando el medio), y consiguientemente
los que de él ascendiendo 845
soporíferos, húmedos vapores
el trono racional embarazaban
(desde donde a los miembros derramaban
dulce entorpecimiento),
a los suaves ardores 850
del calor consumidos,
las cadenas del sueño desataban:
y la falta sintiendo de alimento
los miembros extenuados,
del descanso cansados, 855
ni del todo despiertos ni dormidos,
muestras de apetecer el movimiento
con tardos esperezos
ya daban, extendiendo
los nervios, poco a poco, entumecidos, 860
y los cansados huesos
(aun sin entero arbitrio de su dueño)
volviendo al otro lado--,
a cobrar empezaron los sentidos,
dulcemente impedidos 865
del natural beleño,
su operación, los ojos entreabriendo.

Y del cerebro, ya desocupado,
las fantasmas huyeron
y --como de vapor leve formadas-- 870
en fácil humo, en viento convertidas,
su forma resolvieron.
Así linterna mágica, pintadas
representa fingidas
en la blanca pared varias figuras, 875
de la sombra no menos ayudadas
que de la luz: que en trémulos reflejos
los competentes lejos
guardando de la docta perspectiva,
en sus ciertas mensuras 880
de varias experiencias aprobadas,
la sombra fugitiva,
que en el mismo esplendor se desvanece,
cuerpo finge formado,
de todas dimensiones adornado, 885
cuando aun ser superficie no merece.

En tanto el Padre de la Luz ardiente,
de acercarse al Oriente
ya el término prefijo conocía,
y al antípoda opuesto despedía 890
con transmontantes rayos:
que --de su luz en trémulos desmayos--
en el punto hace mismo su Occidente,
que nuestro Oriente ilustra luminoso.
Pero de Venus, antes, el hermoso 895
apacible lucero
rompió el albor primero,
y del viejo Tithón la bella esposa
--amazona de luces mil vestida,
contra la noche armada, 900
hermosa si atrevida,
valiente aunque llorosa--,
su frente mostró hermosa
de matutinas luces coronada,
aunque tierno preludio, ya animoso, 905
del Planeta fogoso,
que venía las tropas reclutando
de bisoñas vislumbres,
--las más robustas, veteranas lumbres
para la retaguardia reservando--, 910
contra la que, tirana usurpadora
del imperio del día,
negro laurel de sombras mil ceñía
y con nocturno cetro pavoroso
las sombras gobernaba, 915
de quien aun ella misma se espantaba.

Pero apenas la bella precursora
signifera del Sol, el luminoso
en el Oriente tremoló estandarte,
tocando al arma todos los suaves 920
si bélicos clarines de las aves,
(diestros, aunque sin arte,
trompetas sonorosos),
cuando, --como tirana al fin, cobarde,
de recelos medrosos 925
embarazada, bien que hacer alarde
intentó de sus fuerzas, oponiendo
de su funesta capa los reparos,
breves en ella de los tajos claros
heridas recibiendo, 930
(bien que mal satisfecho su denuedo,
pretexto mal formado fue del miedo,
su débil resistencia conociendo)--,
a la fuga ya casi cometiendo
más que a la fuerza, el medio de salvarse, 935
ronca tocó bocina
a recoger los negros escuadrones
para poder en orden retirarse,
cuando de más vecina
plenitud de reflejos fue asaltada, 940
que la punta rayó más encumbrada
de los del Mundo erguidos torreones.

Llegó, en efecto, el Sol cerrando el giro
que esculpió de oro sobre azul zafiro:
de mil multiplicados 945
mil veces puntos, flujos mil dorados
--líneas, digo, de luz clara--, salían
de su circunferencia luminosa,
pautando al Cielo la cerúlea plana;
y a la que antes funesta fue tirana 950
de su imperio, atropadas embestían:
que sin concierto huyendo presurosa
--en sus mismos horrores tropezando--
su sombra iba pisando,
y llegar al Ocaso pretendía 955
con el (sin orden ya) desbaratado
ejército de sombras, acosado
de la luz que el alcance le seguía.

Consiguió, al fin, la vista del Ocaso
el fugitivo paso, 960
y --en su mismo despeño recobrada
esforzando el aliento en la rüina--,
en la mitad del globo que ha dejado
el Sol desamparada,
segunda vez rebelde determina 965
mirarse coronada,
mientras nuestro Hemisferio la dorada
ilustraba del Sol madeja hermosa,
que con luz judiciosa
de orden distributivo, repartiendo 970
a las cosas visibles sus colores
iba, y restituyendo
entera a los sentidos exteriores
su operación, quedando a luz más cierta
el mundo iluminado y yo despierta. 975

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